Todo el mundo sabía que el niño estaría muerto. Excepto sus padres. Una tarde de agosto, mientras enterraban a nuestro hermanito de pocos meses, yo, once años, estaba convencido de que mis padres volverían a casa con él vivo. De nada me servía haberlo visto yacente en el suelo con una bolsa de sal en la barriguita: “Para que no se hinche”, dijeron las mujeres. Por entonces yo no sabía que un sabio francés, llamado Blas Pascal, había dicho una cosa para la eternidad: que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”. Por eso, siglos después, entendí con absoluta naturalidad lo que cierta paciente me contase. Cada noche, se asomaba a la puerta a ver si venía su hijo. Su hijo no venia, pero en la penumbra de la esquina, como tantas noches había sucedido, ‘veía’ un bulto en el suelo. Y cada noche se acercaba a comprobar si era su hijo. “Yo sé que no, porque voy todas las mañanas a verlo al cementerio. Pero es que no puedo evitarlo”. La mujer tampoco sabía lo d...
Artículos de opinión publicados por Agapito Gómez Villa