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JULEN



    Todo el mundo sabía que el niño estaría muerto. Excepto sus padres. Una tarde de agosto, mientras enterraban a nuestro hermanito de pocos meses, yo, once años, estaba convencido de que mis padres volverían a casa con él vivo. De nada me servía haberlo visto yacente en el suelo con una bolsa de sal en la barriguita: “Para que no se hinche”, dijeron las mujeres. Por entonces yo no sabía que un sabio francés, llamado Blas Pascal, había dicho una cosa para la eternidad: que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”. Por eso, siglos después, entendí con absoluta naturalidad lo que cierta paciente me contase. Cada noche, se asomaba a la puerta a ver si venía su hijo. Su hijo no venia, pero en la penumbra de la esquina, como tantas noches había sucedido, ‘veía’ un bulto en el suelo. Y cada noche se acercaba a comprobar si era su hijo. “Yo sé que no, porque voy todas las mañanas a verlo al cementerio. Pero es que no puedo evitarlo”. La mujer tampoco sabía lo del sabio francés: el corazón tiene razones…
   Dicho lo cual, supongo que nadie ha sido capaz de convencer a los padres de Julen que lo más probable es que su hijo hubiese muerto nada más caer en el agujero. Desde un principio han estado atendidos por un equipo de psicólogos. Pues bien, ni un ejército de ellos podría no ya convencerlos, sino persuadirlos tan siquiera de lo que les esperaba. ¿Ustedes creen que los padres de los tripulantes del submarino argentino hundido, no ha mucho, en las profundidades de la mar océana, no siguen pensando que sus hijos están milagrosamente vivos? Un rato todas las madrugadas, al menos. El rescate del pequeño era, pues, misión obligada.
  Y aquí viene la parte positiva: aún sabiendo de antemano el final, el país entero ha puesto a disposición de la operación el más ingente arsenal de medios técnicos, con el fin de entregar a unos padres el cuerpo sin vida de su niño. Medios técnicos manejados por los mejores hombres, por supuesto. Lo cual, que una vez más llego a la conclusión (lo vengo diciendo en estas páginas, con los mismos argumentos, mucho tiempo antes de que lo dijera magistralmente Manuel Vicent, en la columna que circula por ahí: “Líderes”) les decía que tiempo ha estoy convencido de que somos un gran país, uno de los mejores del mundo, si no el mejor. Asimismo, he dicho y digo de nuevo, tal que afirma Vicent, que son los profesionales de la cosa pública (que me perdone Aristóteles, pero la palabra política está desprestigiada) los que, con tal de meterle el dedo en el ojo al contrincante, son capaces de ‘crear’ una sociedad llena de desgracias, sin atisbo alguno de grandeza: “Diez millones de españoles morirán de hambre en los próximos tres años”, dijo una vez Tania Sánchez, aquella muchacha que iba para lideresa de Podemos, sin que al día de hoy haya sido recluida en un frenopático. Me faltaba un recadito para los medios de comunicación: “Según organismos de toda solvencia, España es el mejor país para nacer”. ¿Ustedes han visto eso en letras de oro?
   Que no se me olvide un recordatorio para el niño de cuatro años accidentalmente muerto el otro día en una cacería.
 
  

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