Al respeto, a la falta del mismo, tenía
pensado dedicar mi crónica de hoy. No me refiero a la moda juvenil,
propiciada/consentida por cierto profesorado, de hablar de tú a todo quisque o
quisqui (del latín, ‘quisque’: cada uno, cada cual), que ya incluso algunos
locutores, la COPE, se dirigen a mí tuteándome: te estamos informando,… Al
joven que me tutea soy incapaz de decirle nada, pero al locutor no le consiento
ni una: en cuento escucho el tuteo (no todos, ya digo), me voy con la música a
otra parte. Estaría bueno, yo que les hablé a mis padres de usted hasta el día
de su muerte. Pero no era de esa falta de respeto de lo que quería hablarles,
sino de otra más gorda. Síganme.
Siendo yo un jovenzuelo médico de la Prisión
de Jóvenes, Cáceres II, muchachos provenientes de toda España, toxicómanos en
su mayoría, en cuanto alguno presentaba el más mínimo síntoma relacionado con
el sida, recién eclosionado, tiraba de Artículo 60, libertad para enfermos
incurables (aún no habían sido descubiertos los antirretrovirales), y a los
cuatro días el recluso estaba en la calle: no menos de una cincuentena. Nunca,
jamás, el Juez de Vigilancia Penitenciaria negó una solicitud. Mi palabra, la palabra
de un insignificante médico, era la ley. ¿Que dónde está la falta de respeto? Aquí
viene.
Una eminencia en el campo de los trasplantes
de médula, el doctor Guillermo Sanz, lleva tiempo pidiendo la libertad para un
preso ¡preventivo! en riesgo de muerte. De Eduardo Zaplana hablo. Pues ahí me
tienen a la jueza que no suelta la presa (al preso más bien). Sin meternos en
jardines judiciales: ¿se le ha perdido o no el respeto al médico? Sólo tienen
que comparar.
De
eso, sólo de eso, quería hablarles, ya digo. Pero cuando el otro día escuché a
un diputado regional decir que “la bandera de España es de todos los españoles
y de todas las españolas, no del Partido Popular” (sic), me dije: las cosas, en
caliente.
Todo el mundo sabe que una buena parte del
personal de izquierdas ve en la bandera un símbolo de la derecha. Razones:
identifican la enseña con la dictadura. Que quién tiene la culpa. Quién va a
ser: Franco. Si Franco hubiera sido un estratega (“era un táctico, no un
estratega”, Areílza), habría intuido lo que iba a suceder cuando él se muriera.
¿Que qué tendría que haber hecho? Muy sencillo: colocar en cada balcón
institucional, al lado de la bandera rojigualda, la bandera republicana. O
bien, un mes cada una. Con lo cual, habría matado dos pájaros de un tiro: las
gentes de izquierdas no se hubiesen sentido ‘agredidas’ por las garras del
“águila de San Juan”, y al mismo tiempo habrían podido ver de vez en cuando su
bandera, que dice Julián Marías, mi corresponsal de guerra en Madrid, que no había
manera de ver una en las calles: todo eran banderas de la CNT, de la FAI, y de
los anarquistas varios, aquellos que se llevaron al fusiladero al poeta León
Felipe, republicano de molde, porque había cometido la terrible ofensa de rozar
con la punta de la capa a uno de aquellos angelitos, en un bar. Se libró por
casualidad, gracias a Neruda.
Esto es lo que hay.