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Mostrando entradas de octubre, 2025

EL NOVIO DE AYUSO

Lo dije no ha mucho en estas páginas: el novio de Ayuso nos va traer muchos quebraderos de cabeza. Y no sólo por lo del Maserati de segunda mano: un tío que se compra un Maserati de segunda mano tiene que ser por fuerza un hortera de bolera, por muy alto y muy guapo que sea. La culpa la tuvo Isabel: a quién se le ocurre echarse un novio sin haberle preguntado antes lo que pregunta toda mujer cuando se va a echar novio. “¿Tienes problemas con Hacienda?” Como es natural, ante una moza de tan buen ver, el del Maserati va y se lo oculta (yo hubiese hecho lo mismo). Con lo cual, ya tenemos el lío montado. “Cariño, por qué no me lo dijiste antes”. “Porque me había enamorado de ti y no quería perderte”, y todo eso que se dice. Lo que le hacía falta a los opositores/odiadores de Isabelita: un novio presuntamente defraudador. Lo intentaron en su día con su padre: problemas en un negocio que el hombre tuvo y tal. Lo intentaron con su hermano: algo relacionado con las mascarillas. Lo inten...

EL APLAUSO DE 'CLEOPATIA'

En su día, lejano ya, le dediqué un escrito al asunto, centrando la cosa en la señora Cospedal, sí hombre, sí: aquella mujer tan alta, tan guapa, tan elegante, que fuera casi todo en tiempos de Mariano. Pueden comprobarlo en las hemerotecas: aquella señora era tan comedida a la hora de aplaudir, que daba una palmada cada cinco segundos, como mucho: manos como de ave volando en paz. Pero con una fuerza y un entusiasmo indescriptible: por su ausencia. Yo creo que tamaña languidez expresiva no era sólo por su manera de ser, sino que, “creyéndose” una reina (no era para menos), lo hacía así para parecerse a la reina verdadera, doña Sofía, la persona que se ha dejado el alma en cada aplauso. Aquí, entre nosotros, a mí me aplaude doña Sofía como solía, y no me ando con chiquitas: “Señora, muchas gracias, pero mejor que se ahorre el esfuerzo”. Leído lo anterior, cualquiera podría colegir que esa forma de aplaudir es privativa de ciertas señoras. Pues nada de eso. El otro día, el p...

EN HOMENAJE A PABLO GUERRERO

Medio siglo bien corrido ha pasado desde aquella noche que asistiésemos a la actuación de un jovencísimo Pablo Guerrero en el Gran Teatro de Cáceres (he escrito homenaje en el título para decir un motivo para decir que hoy lo que se lleva es un insoportable anglicismo, “tributo”, como si no fuese suficiente con los que pagamos a Hacienda). Aquel lejano encuentro lo he puesto en plural porque tal acontecimiento -fue un acontecimiento- me quedaría asociado para siempre a los cuatro amigos que, una vez acabado el acto, nos topásemos con el cantautor en el Paseo de Cánovas, que siempre será el Paseo de Cánovas: en mi vida he visto a nadie llamarlo Paseo de Calvo Sotelo. No recuerdo bien si por entonces -no voy a levantarme ahora a mirarlo, que dijera Umbral- ya había sido compuesta su emblemática canción (icónica dice a todas horas la juventud periodística), que, por esas cosas que nadie conoce, se convertiría en el himno de la transición, “A cántaros”, claro es, toda de inolvidab...