En su día, lejano ya, le dediqué un escrito al asunto, centrando la cosa en la señora Cospedal, sí hombre, sí: aquella mujer tan alta, tan guapa, tan elegante, que fuera casi todo en tiempos de Mariano. Pueden comprobarlo en las hemerotecas: aquella señora era tan comedida a la hora de aplaudir, que daba una palmada cada cinco segundos, como mucho: manos como de ave volando en paz. Pero con una fuerza y un entusiasmo indescriptible: por su ausencia. Yo creo que tamaña languidez expresiva no era sólo por su manera de ser, sino que, “creyéndose” una reina (no era para menos), lo hacía así para parecerse a la reina verdadera, doña Sofía, la persona que se ha dejado el alma en cada aplauso. Aquí, entre nosotros, a mí me aplaude doña Sofía como solía, y no me ando con chiquitas: “Señora, muchas gracias, pero mejor que se ahorre el esfuerzo”.
Leído lo anterior, cualquiera podría colegir que esa forma de aplaudir es privativa de ciertas señoras. Pues nada de eso. El otro día, el personaje de moda, Lamine Yamal, presenciando que estaba el partido de su equipo, fue pillado por las cámaras “haciéndose un Cospedal”, es decir, chocando las manos con un entusiasmo perfectamente mejorable. Y claro es, el periodista deportivo/televisivo va y nos sorprende con una primicia impagable: “Veamos cómo aplaudió Lamine el gol del Barcelona”, dijo. No se rompió las muñecas de milagro. Dicho sea de paso: sabido es que a los comentaristas del deporte no se les escapa el más mínimo detalle; sin embargo, ni se enteraron de que, poco después de tan efusivo aplauso, Lamine hubo de salir por piernas apretadas, al sufrir un despeño diarreico. Y lo que es peor: no había papel en la toilette. Para que vayáis aprendiendo lo que es una exclusiva, enterados, que sois unos enterados.
A qué viene tanta tontería, se preguntará más de uno. Muy sencillo: por lo que sucedió la otra mañana en el Congreso de los Diputados (lo anterior es una puesta en escena).
En efecto, uno no podía dejar de incurrir de nuevo en el tema, luego de presenciar la explosiva respuesta de Pedro Sánchez a Feijoo, cuando éste amenazó a aquél con la comparecencia inquisitorial en el Senado. “¡Ánimo, Alberto!”, dijo por el hermano de David el Pacense (algunos afirman que lo han visto en Badajoz). En ese momento, se desató la tormenta: mi colega de licenciatura (yo no tengo la culpa), María Jesús Montero, se puso a aplaudir como una loca, al tiempo que miraba de soslayo a su jefe, como esperando un agradecimiento. En mi vida he visto a nadie batir palmas de esa manera. Pero con una novedosa modalidad: la nueva ‘Cleopatia’, mitad Cleopatra, mitad Hipatia, ha inventado una nueva forma de aplauso: chocando las cuatro eminencias, las tenares y las hipotecares (a la wikipedia), con una frecuencia comparable a las alas de un insecto en vuelo.
No era para menos. Una frase para la historia no se pronuncia todos los días.
“¡Animo Alberto!”
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...