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Mostrando entradas de octubre, 2014

Amemos a los ricos

     Felizmente desaparecido el Ébola del primer plano de la actualidad, vuelve a brillar de modo esplendente el asunto de la corrupción. Pero yo no quería hablarles de eso, sino de un aspecto tangencial a la misma. Vengo observando que, a raíz del lío de las tarjetas negras y todo eso, se ha desatado una cierta animadversión social contra los multimillonarios, personalizada en dos señores, mayormente: Rodrigo Rato y el otro. Y yo, la verdad, no sé a cuento de qué, si esa pobre gente lo único que aportan son ventajas. Que sí, que los tarjeteros han sido unos “sinvergüenzones”, tal que hubiese dicho Francisco Franco, según recoge Pániker, de boca del ministro Ullastres, pero eso no es razón suficiente para extrapolar la inquina/envidia a todos los ricos. Vamos, digo yo.     Se lo dije aquella vez a mi amigo José Antonio, paseando que estábamos por el puerto de Puerto Banús, a la vista de tan numerosos como imponentes barcos allí atracados (de atr...

El Terrible

   No recuerdo ni cómo ni cuándo apareció, ni lo anduve preguntando, sólo sé que al regresar a casa unas vacaciones de Navidad, allí estaba tras la puerta, recibiéndome cariñoso, como uno más de la familia, no conociéndome de nada. Mi padre, que siempre se diera buena maña para poner motes perdurables a los niños de la vecindad (el Serrano, el Cazo, el Remolino), así como a los animales de carga domésticos (el burro o el mulo, de ahí no pasábamos), lo había bautizado como el Terrible, por su aspecto tan fiero: no alcanzaba ni una cuarta de altura y era además blanquito, alegre y juguetón. Como Platero, pero en perro.   Dos años escasos llevaría el Terrible alegrándonos la vida con su sonrisa permanente, mayormente a mi hermano el pequeño (sus vidas eran cuasi paralelas), cuando un mal día comenzáronle a brotar una feas calvas en el pelo, que le dieran pinta de enfermo, que hasta triste lo veíamos. A la vista de lo cual, mi padre, temeroso de que el animalito nos pu...

Congreso en el País Vasco

Dejando atrás la gran tempestad sociomediática del ébola (fuera de casa, uno parece menos vulnerable a la insensata vorágine de los medios), me vengo a Bilbao, la ciudad agradable, congreso de la sociedad española de medicina general. Multitudinario por naturaleza (somos más que los de Egipto), el evento comienza siempre con una conferencia, a cargo de alguna personalidad relevante, y vive Dios que este año lo ha sido (cómo se le ocurriría llevar al congreso de Santander, 2013, a Pepe Oneto: qué vergüenza pasé). Este año, sí que sí. Esta vez, abría plaza un diestro de primera: Pedro Miguel Echenique, catedrático de física de la materia condensada, Universidad del País Vasco. El currículum del señor no puede ser más impresionante: con decir que tiene en su haber el Nobel del mundo hispano, está todo dicho: el Príncipe de Asturias. Su intervención fue de una brillantez extraordinaria, pues que el buen hombre, a su sabiduría científica, une una envidiable ...

De sabios y tarjeteros

    Con la milagrosa asistencia de Stephen Hawking, el último gran genio de la ciencia, no ha muchos días se ha celebrado en Las Canarias un congreso mundial sobre astrofísica. La noticia me hizo pensar de inmediato en la gran suerte que tienen los estudiantes de ahora. No como yo, que me pasé media vida con la pena de que todas los grandes talentos que en el mundo han sido, lo fueron en el pasado: Eratóstenes, Arquímedes, Fidias, Galileo, Leonardo, Miguel Ángel, Cervantes, Velázquez, Newton, Goya, Cajal y por ahí seguido. Media vida, ya digo, hasta que me enteré de que Einstein, la más grande inteligencia que vieran los siglos, había sido mi coetáneo durante cuatro años (perdón, don Camilo, ya sé que Einstein y Quevedo no son magnitudes comparables, pero yo me quedo con don Alberto). Idólatra   irredento de los grandes talentos, no saben ustedes lo contento que me puse: ya estaba bien de que todos los portentos fuesen antepasados.     Lo dicho para Eins...