Voy a tener que hacer, perdón por la comparación, lo que hacía Vargas Llosa cuando de joven viviera en París: de la cama a la escritura. Claro que para eso necesitaría a la tía Julia, viuda de un hermano de su madre: su primera esposa. Por lo visto, era ella la que le mandaba ponerse a escribir sin dejarle ojear/hojear siquiera los periódicos: para que su cabeza no se dispersara y continuase todo derecho lo del día anterior. Resulta que yo tenía pensado volver a la carga con ‘mi hombre’, Gabriel Rufián, a propósito de su justa expulsión del césped parlamentario, luego de dos tarjetas amarillas, y decirle que me lo ha puesto muy difícil en lo que respecta al premio Nobel de la Paz que no ha mucho pedí para él. Asimismo, tenía pensado decirle que, no obstante lo cual, no pierdo la esperanza de que al menos le sea concedido el Príncesa de Asturias de la Concordia. ¿Que no? El tiempo, como siempre, acabará dándome la razón: Gabriel es el prototipo del “pequeño salvaje...
Artículos de opinión publicados por Agapito Gómez Villa