Tranquilos, tranquilos, que los tiros vienen de muy lejos. ¿Sabían que, en los primeros minutos de vida del universo, ya existían moléculas de litio, junto al hidrógeno y helio, más algo de berilio? Como lo oyen. ¿Eso quiere decir que el litio de la mina de Valdeflores tiene catorce mil millones de años, quincena arriba o abajo? Eso me gustaría a mí saber. Aunque lo natural es que proceda de la segunda hornada: del que se formó, millones de siglos después, en una “estrella de neutrones”, expandido luego en una explosión cósmica, cuando aún no existía el sistema solar. Ahí dónde lo ven, el litio cacereño ha sido testigo de buena parte de la evolución del universo.
Mi primer encuentro con el litio se produce en el bachillerato (Pániker: “lo importante es un buen bachillerato; luego, la carrera es puro trámite”; Fernán-Gómez dice que todo lo aprendió en el bachillerato). A lo que vamos: Hidrógeno, Litio, Sodio, Potasio, Rubidio, Cesio y Francio, primera columna del llamado “Sistema Periódico de los Elementos”, uno los hitos del pensamiento humano, que debemos a un portentoso genio ruso, llamado Dmitri Mendeléyev. Incorporado a las celdas de la memoria, el litio no me vuelve a decir una palabra hasta que una mañana salmantina lo saca a relucir el profesor López-Ibor: como tratamiento preventivo y curativo de los “trastornos bipolares”, ésos en los que se alternan la depresión y la euforia. Les aseguro que me quedé bastante estupefacto: ¡el tercer elemento del Sistema Periódico (después del hidrógeno y el helio) como terapia en psiquiatría! Incontables serían a lo largo de los años el número de recetas que uno hubo de hacer de dicho producto, así como los controles analíticos del mismo.
Mi segundo encuentro tendría lugar el día en que me di de bruces en la tele con el Salar de Uyuni, una de las formaciones geológicas más maravillosas del planeta, sita en plenos Andes bolivianos: un inmenso lago desecado por los siglos, que contiene la mayor reserva mundial del llamado “oro blanco”, el litio, claro. Con semejantes premisas, cuando tiempo después saltó lo de la mina de Cáceres, la segunda reserva de Europa, mi júbilo y asombro fueron inmensos, júbilo que se vería enfriado, ay, en cuanto se puso en marcha el movimiento cívico “No a la Mina”, tan respetable: no me digan que no es mala suerte que una sustancia ‘creada’ en una ignota/remota estrella en las inmensidades siderales, haya venido a parar a la falda de una pequeña montaña que no estaba ni pensada cuando la estrella explotó, ni mucho menos la ciudad en cuyas proximidades se encuentra. Digo mala suerte porque, de haber estado un poquito más alejada, nuestro “oro blanco” habría sido extraído sin ninguna dificultad. Para la buena marcha económico-laboral de nuestra tierra.
Post scriptum: un gran número de los Elementos de Sistema Periódico deben su nombre a su descubridor. Espero que la cosa no caiga nunca en manos de los insensatos que han suprimido a Ramón y Cajal del premio que llevaba su nombre.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...