Hace tres años justamente fui intervenido quirúrgicamente. En un hospital de Madrid. ¿Que por qué en Madrid? Porque aún faltaba un trienio para que llegase a Extremadura el robot Da Vinci, una de esas maravillas que, a la cirugía, ha aportado la tecnología (Ortega nunca escribiera dicha palabra: la técnica, decía). La cosa fue de maravillas: dos noches y para casa. Mas hete aquí que, a los pocos días, tuve una complicación que me obligó a volver al hospital: “Te vas sin que sepamos la causa de lo tuyo”, me dirían mis abnegados colegas. Desde entonces, no he parado de darle vueltas al asunto: que si un escape de orina, que si un esfuerzo indebido, que si una sonda mal colocada, etc. Hasta que hace un tiempo tuve como una especie de iluminación. Fue después de hablar con una enfermera que se encuentra enfrascada en la preparación de una cercana oposición, y muy cabreada con cierta parte del temario: “He tenido que buscarme una academia en Badajoz, porque no puedo con los temas de...
Artículos de opinión publicados por Agapito Gómez Villa