Hace tres años justamente fui intervenido quirúrgicamente. En un hospital de Madrid. ¿Que por qué en Madrid? Porque aún faltaba un trienio para que llegase a Extremadura el robot Da Vinci, una de esas maravillas que, a la cirugía, ha aportado la tecnología (Ortega nunca escribiera dicha palabra: la técnica, decía). La cosa fue de maravillas: dos noches y para casa. Mas hete aquí que, a los pocos días, tuve una complicación que me obligó a volver al hospital: “Te vas sin que sepamos la causa de lo tuyo”, me dirían mis abnegados colegas.
Desde entonces, no he parado de darle vueltas al asunto: que si un escape de orina, que si un esfuerzo indebido, que si una sonda mal colocada, etc. Hasta que hace un tiempo tuve como una especie de iluminación. Fue después de hablar con una enfermera que se encuentra enfrascada en la preparación de una cercana oposición, y muy cabreada con cierta parte del temario: “He tenido que buscarme una academia en Badajoz, porque no puedo con los temas de legislación”. De inmediato, me puse manos a la obra: me presenté en el hospital madrileño, y durante varios días anduve husmeando sobre todo lo que pudiera tener relación con mi complicación. Al final, lo que me suponía: el cirujano que me intervino, una eminencia, ¡no sabe nada de legislación! En efecto, al tratarse de un centro privado, los dirigentes del mismo, insensatos a todas luces, no exigen tales conocimientos a la hora de contratar al personal. Se limitan a los saberes médicos y nada más. En concreto, pude averiguar que el referido doctor no sabía nada del Estatuto de Autonomía de Madrid, ni tan siquiera el título preliminar. Que no tiene ni barruntos sobre la Ley General de Sanidad. Y para más inri, no sabe nada sobre la Ley de Sanidad de la CCAA de Madrid.
Y yo me pregunto: ¿se puede ser buen médico o enfermero sin conocer al dedillo la legislación de la sanidad pública, la extremeña en concreto, por muy bien que te sepas los libros de medicina? No y mil veces no. Lo he podido comprobar en mis propias carnes: como sujeto pasivo (‘predicado’ sería más correcto) y como sujeto activo. Lo primero ya está explicado. Lo segundo se lo explico ahora mismo: apenas hube tenido conciencia de la extraordinaria importancia de los saberes legislativos para el ejercicio de la medicina, me he puesto a estudiármelos como un estudiante a final de curso (en mis tiempos mozos no se nos exigían tales conocimientos, y así nos iba). Resultado: los pacientes me lo notan nada más entrar en la consulta. Dicen que, últimamente, soy como mejor médico. Dónde va a parar. Menuda diferencia. Así que, amable lector, antes de ser atendido, yo me aseguraría de que el médico y/o la enfermera conocen la legislación al uso.
(Sufridos opositores: dada mi experiencia, les puedo asegurar que los autores del temario de las oposiciones no son unos parvos. Léase “Mazurca para dos muertos”).
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...