“Lo que más castiga Dios es la lengua”, decía mi madre ‘a ca noná’ (traducción: a cada nonada). Y qué razón tenía. En efecto, qué dirán hoy los supervivientes de aquellas manifestaciones, OTAN NO, BASES FUERA, ante la perentoria petición de ingreso en la referida alianza de dos democracias sin mácula, Finlandia y Suecia, atemorizadas ante las maneras que se gasta el canalla vecino de zumosol: que se lo pregunten a los ucranianos. Y yo, pobre mortal, sin ser capaz de sentir en mi pecho juvenil aversión alguna hacia dicha organización -y mira que hacía esfuerzos-, más que nada por la calidad democrática de sus integrantes: los países más civilizados del mundo, ¿o no? Y eso a pesar de que entre los manifestantes de las primeras filas se encontraba siempre mi admirado Umbral, que, aunque llegase a confesar su fascinación por los intelectuales de la falange (“todos personas entrañables”, escribiría), se hizo comunista porque intuyó muy pronto lo que años más tarde diría el gran Trapiello: “Los que ganaron la guerra, perdieron los libros de texto”. Como en el cine, vamos, que si no eres de izquierdas, no te comes una rosca, así seas Marlon Brando (yo creo que Umbral se hizo comunista mayormente para ligar, pero con f).
A lo que vamos. Uno quiere parecerse en todo a sus ídolos, y hete aquí que yo era incapaz de seguir los pasos de un escritor con cuya deslumbrante prosa me alimentaba a diario, tanto en el periódico como en sus libros. Estaba incapacitado desde niño para el comunismo, porque al tío más malo y malencarado de la calle le llamaban “el comunista” (lo conté en su día). Y era incapaz, asimismo, de sentir nada en contra de la OTAN, por las razones ya expuestas. Y por alguna otra: ¿cómo se podía ser partidario del Pacto de Varsovia, sabiendo como se sabía de sobra que los países que lo integraban estaban sumidos en la más absoluta miseria?
OTAN, DE ENTRADA NO, fue el lema posterior de mis muchachos socialistas. Hasta que Felipe González vio la conveniencia de lo contrario y convocó aquel referéndum, que buen trabajo le costó ganarlo: “Ha dicho uno en la plaza que nos van a quitar la paga si no votamos a Felipe”, llegó diciendo mi padre un día, manga huevos.
Total, que Felipe ganó el referéndum y desde entonces estamos “en la parte buena de la historia” (loado sea por siempre Courtois). Excepto Ceuta y Melilla, ay. Que alguien me explique a cuento de qué semejante exclusión. Persuadido estoy de que ambas ciudades siguen siendo españolas (salvo que Pedro se las haya vendido al Sultán), porque en Gibraltar continúa ondeando la bandera británica, pero no me digan que no estaríamos más tranquilos de la otra manera.
Menos mal que Las Canarias sí están incluidas en el malvado paraguas militar. Digo malvado por lo que ha dicho el papa: que la culpa de lo de Ucrania la tiene la OTAN. Toma ya doctrina.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...