La política es como un “agujero negro”: una vez traspasado el “horizonte de sucesos”, el brocal de toda la vida, todo lo engulle. Mas no sólo eso: lo engullido queda degradado/denigrado al instante. Para ejemplo, un botón. Los que nacimos por la mitad del XX, recordamos como si fuera hoy el trato cotidiano que los medios le dieron a uno de los grandes artífices de la Santa Transición (Umbral dixit). Hablo de Adolfo Suárez, un hombre bueno y honrado (nada de honesto como se dice ahora: honra, de cintura para arriba; honestidad, de cintura para abajo). “¿Cuál es la mejor persona que te has encontrado en el mundo de la política?” “Adolfo Suárez”, me contestó uno que conviviera mucho con él: Martín Tamayo. A lo que vamos. Un día sí y otro también, el bueno de Adolfo era tratado a patadas, hasta sangrar, empezando por una víbora con cataratas (dijera Alfonso Guerra de Tierno Galván), llamado Emilio Romero, y acabando por el último chiquilicuatro (chiquilicuatre es en catalán, ¡coño...
Artículos de opinión publicados por Agapito Gómez Villa