Gorda, muy gorda, la que han montado el Tito Berni y sus adláteres de la diputambre (Jaime Campmany). Lo que más llama la atención de toda la escandalera es la triada clásica, ya obsoleta: sexo, droga y rock and roll, si bien del rock and roll los periódicos no dicen nada, pero me consta que ésa era la música que sonó hasta el amanecer, lógico y natural teniendo en cuenta la edad de los oficiantes, que no dejaron viva ni una pastilla de viagra. De eso es de lo que más hablan los medios, ya digo. De lo único no punible, curiosamente. Sin embargo, cuando se lee la letra chica, se entera uno de que la cosa tiene connotaciones más graves, a saber: los hechos sucedieron una noche en que España toda estaba confinada por culpa del virus chino, lo cual le añade un plus delincuencial a la cuestión (a mi hermano, lo conté en su día, los municipales de mi pueblo le amenazaron con seiscientos euros de multa, paseando que iba solo por el campo). Pero lo más grave de todo, lo que ya cae de lleno en el territorio de la criminalidad, antes delincuencia, es lo que viene a continuación: al parecer, todos los gastos de la “triada” corrieron a cargo del erario público: dinero pandémico proveniente de Bruselas. No sé cuánto importaría el polvo blanco; del otro se sabe que a 350 la hora.
Hasta aquí las facetas perseguibles judicialmente. Ahora viene la otra, la más importante según mi criterio, la que no tiene perdón de Dios.
En efecto: lo que es de todo punto imperdonable es que los señores diputados se fueran como ciegos a un lujoso y céntrico centro de lenocinio, la noche del mismo día en que habían votado la abolición de la prostitución. Toma ya. Señor mío, ¿es que no podían haber esperado a la noche siguiente, o a la otra? Alguien se preguntará que cuál habría sido la diferencia. Justamente la misma que cuando nos confesábamos de niños y comulgábamos al día siguiente. Cuando aquello, el efecto de los sacramentos nos duraba apenas cuarenta y ocho horas, durante las cuales uno procuraba hacer lo que hacen los niños buenos: obedecer, no mentir, no pegarse con los amigos y esas cosas de la infancia. A los dos días, tres como mucho, se acabó lo que se daba. ¿Me van entendiendo? Pues bien, votar por la mañana en el Congreso contra la prostitución, y entregarse en cuerpo y alma al lenocinio por la noche, se me antoja un acto de lesa parlamentariedad, figura que me acabo de inventar. Algo parecido al adolescente que, habiendo comulgado por la mañana, por la noche se entrega al grave pecado en solitario. ¿O no?
(Ustedes perdonen el jocoso tratamiento; es que, cuando empezaba a escribir sobre el boicot del homenaje a las víctimas del terrorismo en la Complutense, he sufrido un ataque agudo de indignación, por lo que he decidido cambiar de tema. Y de registro, claro.)
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...