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OCURRENCIAS

Alfonso Guerra, personaje tan denostado ayer como celebrado hoy, incluso por los que un día le atacaron con saña, Alfonso Ussía sin ir más lejo, dejó para los anales una de las suyas sobre el pobre de Tierno Galván (“el pobre de mi amigo Enrique Tierno”, diría una vez Maruja Mayo, aquella pintora que Alberti se llevó al huerto de los olivos del Museo del Prado): “Tierno es una víbora con cataratas”, dijo Guerra. El comentario hizo fortuna, por ingenioso, pero en don Enrique queda un poquito como excesivo, la verdad, pues que era “un abad exclaustrado”, que escribiese Manuel Vicent. Nada me extrañaría que Alfonso, de amplias lecturas, hubiese leído lo de las cataratas con anterioridad. A quien sí le viene pintiparado lo de la víbora es a otro, que era veneno en estado puro (en sus memorias, no deja a nadie vivo). Estoy hablando de Azaña, que con una sola frase se cargó al número uno de la oratoria, del pensamiento y de la prosa bruñida: “Ortega no tiene ideas, tiene ocurrencias”. Hay que ser un bicho malo y muy listo para decir algo así. Alfonso Guerra, Alfonso Ussía, Tierno Galván, Maruja Mayo, Alberti, Manuel Vicent, Azaña, Ortega. ¿Hay quien dé más? Total, que después de escribir estos nombres, a ver con qué cara hablo yo de la actual ministra de sanidad, Mónica García, mi colega. Tendré que hacer un esfuerzo. Es que hablando de ocurrencias, ninguna como la de la señora ministra: la autobaja laboral de tres días, sin justificante médico, para no sobrecargar los centros de salud. ¡Madre mía que estás en los cielos! ¿Sabrá la pobre ministra con quién se está jugando los garbanzos? Que conste que yo no quiero decir que la mayoría de los trabajadores no sea gente honrada, pero no es menos cierto que hay un porcentaje nada desdeñable de ‘productores’ que tienen verdadera alergia al trabajo, los cuales aprovecharían los dos primeros estornudos para acogerse a los ‘tres días’, que se lo digo yo, señora Mónica, yo, que, en cuarenta años de médico de cabecera, me he ganado a pulso la condena al infierno por las innúmeras blasfemias que me vi obligado a pronunciar a consecuencia de las bajas laborales, tanto por las injustificadas como por las justificadas: tiempos en los que el médico tenía que rellenar de su puño y letra, semanalmente, docenas de partes, algunos sobre una incapacidad laboral de hasta dos años, ¡una fractura de fémur!, sin que la enfermera te echase una mano, pues que unos gestores que tuvimos por entonces (de su mismo partido, señora ministra), se inventaron una norma ‘criminal’: “La burocracia que genera el médico, la resuelve el médico”. A lo que se ve, yo le había roto el fémur al paciente. Matarlos habría sido poco. Jamás vi una colección de gente tan inepta, tan sectaria (¡uno quiso empurarme por un artículo en estas páginas, pero lo acojoné: “Ya lo sabe Luis del Olmo” le dije!). Señora ministra: lo de la ‘autobaja’ es un verdadero despropósito, que para más inri llega tarde en cuanto a la sobrecarga de la atención primaria: hoy pulsando dos teclas, no hay sobrecarga que valga. Para mí las hubiese querido yo (las teclas) en la época de las blasfemias.

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