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SERRAT (POR AHORA)

“Al premio Nadal le han concedido el Umbral”, dijo alguien cuando fuera premiado por “Las Ninfas”. “Al Princesa de Asturias le han concedido el Serrat”, pensé yo al escuchar al cantante declamar su ‘serratiano’ discurso ante reyes y princesas. En efecto, con todos los respetos para la brillanste nómina de galardonados, la lista habría estado incompleta si no hubiese pasado por el Campoamor Juan Manuel Serrat, cuya ingente obra es de una categoría superior. Si a eso le añadimos su conducta pública, plena de valentía y coherencia (jamás dijo una palabra fuera de lugar), el galardón tenía que caer por su propio peso. Categoría superior, sí: “Hasta que el pueblo las canta/ las coplas, coplas no son/ y cuando las canta el pueblo/, ya nadie sabe el autor”, escribió, quién si no, Antonio Machado. Serrat mismamente: un hombre que ha logrado que ‘su’ Saeta sea interpretada por las miles de bandas que transitan las calles de España en Semana Santa, sin que la mayor parte de la concurrencia sepa quién es el compositor, ha entrado por la puerta grande en el parnaso de los grandes artistas. Claro es, tampoco sabe mucha gente que el autor de esos versos es Machado. Machado/Serrat. Serrat/Machado. Unidos para siempre. Amable lector, compruébalo tú mismo. Prueba a leer los “Cantares”, y ya verás como escuchas por detrás la voz de Serrat. Es más: no falta quien diga que Serrat ha hecho más por Machado que Machado por Serrat, siendo como es don Antonio uno de los más grandes poetas en lengua castellana. Tres cuartos de lo mismo sucede con la pareja Serrat/Hernández, Hernández/Serrat, que pareciera que los poemas de Miguel hubiesen sido escritos para que los cantase Juan Manuel: soy incapaz de imaginarme sus versos sin el lirismo que aporta la música y la voz del cantante. Hablé antes de la valentía y de la coherencia de nuestro admirado personaje. Y vuelvo sobre ello. Es que, sabiendo cómo andan las cosas por su tierra, en donde se ha decidido laminar todo vestigio de la lengua de Cervantes, hay que ser muy valiente para hacer el discurso en español. Me imagino que hoy, los enfermos de nacionalismo (“el nacionalismo es una enfermedad infantil de la humanidad”, dijo Einstein), lo estarán poniendo como no digan dueñas. En cuanto a la coherencia, Serrat se ha pasado media vida en Hispanoamérica, en donde, por cierto, es idolatrado: haber hecho el discurso en catalán habría sido, a todas luces, una desconsideración a los millones de hispanohablantes de allende los mares. Algún lector pensará que, después de lo del viernes, ya puedo morir tranquilo. Pues no señor: moriré en paz el día que vea a Sabina donde ayer estuvo Juan Manuel. Ítem más: no pienso morirme hasta no ver una humilde ermita laica dedicada a ambos. Como la que tienen en mi pueblo San Benito y San Blas. O siquiera como la del poema del gran Quevedo a una iglesia muy pobre y obscura: “Pura, sedienta y mal alimentada…”. Serrat, en fin (por ahora).

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