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ESCRIBIR COMO UN HOMBRE

La otra noche, en cuanto apareció Amenábar en “El Hormigonero” (permítanme la licencia), uno sabía que saldría a relucir la sospechada homosexualidad de Cervantes, según el director de “El Cautivo”. Pues bien, de inmediato se me vinieron a las mientes una catarata de ideas en relación con el controvertido asunto. Vamos a ello. Lo primero, lo de Dorothy Parker, aquella ingeniosa y admirada lengua malvada, que fuera la reina de una piara de intelectuales, periodistas y actores neoyorquinos: “Querido Dios, concédeme que deje de escribir como una mujer”. Eso era mucho pedir, señorita Parker. En efecto, ninguna mujer, mujer, podrá jamás escribir como un hombre. Y a la viceversa. Lo leí de labios de un brillante estudioso de la condición humana de cuyo nombre no puedo acordarme: “Hay más similitud en la manera de estar, ver, ‘vivir’, concebir el mundo, entre un varón occidental y un ‘salvaje’ de Borneo, que entre un hombre y una mujer de nuestro entorno que trabajan en la misma oficina”. Dudo mucho, pues, que la señorita Parker consiguiera su objetivo. Cosas de las neuronas, bañadas por las hormonas, benditas en el caso de las féminas: gracias a las cuales, las mujeres inundan el mundo de vida y de belleza. En resumidas cuentas: hay tantos atardeceres como personas, y no digamos si esas personas son de distinto sexo. Dada la peripecia vital del personaje, no veo yo a Cervantes muy femenino, no. De haber sido un ‘poquino homosexual’ (así me lo dijo cierto joven), no creo que Lope y Calderón se hubiesen atrevido a burlarse de él, cuando vecinos en Madrid, según refiere Alberti; en cuyo caso, supongo que se habrían enterado el par de ellos de lo que valía un peine cervantino, aunque no le funcionase el brazo ‘lepantino’. Pues bien, dicho lo cual, uno, en sus lecturas de don Miguel, no escasas, jamás ha encontrado la más mínima resonancia de una mente que no sea masculina, lo que se dice masculina: “Se torea como se es”, dijo el torero sabio, Belmonte. Y Cervantes torea como un hombre. La única explicación que encuentro a su presunta homosexualidad está en relación con las excepcionales circunstancias vividas en tan largo cautiverio: por lo visto, en cada intento de fuga, fracasadas todas, él se ofrecía como chivo expiatorio. Y claro, a mí no me extrañaría nada que, cuando el señor Bajá le ofreciese o susto o muerte, nuestro hombre eligiese lo primero. Eso al menos habría hecho yo. Que conste que si Cervantes hubiese sido “un poquino homosexual”, mi adoración por él no habría variado ni un ápice. Mucho más que adoración, idolatría, siento por el músico más genial que ha dado la última centuria, Elton John, homosexual de molde, como es notorio: si me invitase a su mansión de Niza, no tardaría media hora en presentarme en el lugar. Claro que llegaría antes si la invitación me la hiciese la simpar Lady Gaga, esa diosa ‘italiana’ (Germanotta es su apellido): música, cantante, artista, absolutamente genial. En fin.

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