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Mostrando entradas de noviembre, 2012

El puente de Carlos

   Viernes por la mañana: Centón y medio de jóvenes de veintisiete países y pico europeos debaten en el Congreso, Madrid, sobre los asuntos princeps del futuro de la Unión. El pico es por dos países aspirantes: colijo que no debe de ser tan malo esto del club europeo cuando hay cola. Viernes por la tarde: Fracasa la última cumbre europea. Me quedo con los jóvenes. Me quedo con los jóvenes en detrimento de los tecnócratas de la política, de los políticos tecnócratas, que ven menos que un gato de yeso. A Europa la están construyendo los jóvenes, sí: la Unión Europea quiero decir, o los Estados Unidos de Europa de don José Ortega, aquel gran ‘torero’ europeísta que hubo: del pensamiento, de la escritura, de la oratoria; por cierto, el mismo que dijo que el problema de Cataluña no tiene solución (“La rebelión de las masas”, lo tengo subrayado, creo que en el prólogo; no lo puedo comprobar, estoy fuera de casa).   Tuve tan feliz iluminación la primera vez que crucé el puent...

Escupitajo siglo XXI

     El otro día, leí una noticia que me llenó de estupor. Debo de ser un tío muy raro, porque no la he visto glosada por ninguno de los varios millones de comentaristas de radio y televisión (son siempre los mismos, van de un sitio a otro), ni tampoco he tenido barruntos de ninguna columnita, ni siquiera un editorial, esa cosa sin firma, tan absurda como inservible, bueno, inservible no, que en la Casa Blanca se han puesto muy contentos con el editorial de un periódico español en el que se decía lo que Obama ha de hacer en los cuatro años venideros: lo juro por mis nietos (lo escuché en la radio, jamás leo un escrito sin firma). La noticia decía lo siguiente: 19.847.640 euros para el Congreso y 11.374.330 para el Senado en concepto de “material de oficina”. Toma ya. ¡Cinco mil millones de pesetas! (ustedes perdonen, con esas cantidades me pasa como a mi padre con la peseta: siendo yo niño, fui testigo de la compra de un burro a un gitano por 6.000 reales). ...

La historia en mi mano

  Noticia de alcance (de esta semana): el gobierno suprime varios cientos de coches oficiales. Un loro más de la pajarería, comentara Sorayita anteayer; del derroche y la sinrazón, añado yo. Me encanta que la historia me coma en la mano. Nos ha jodido: ¡y a quién no! ¿Se acuerdan ustedes de los escritos que uno le ha dedicado al particular? Una docena. Pues bien, después de que las Comunidades Autónomas (esa ruina con los días contados: al tiempo), metieran mano en el afrentoso asunto, sembradas de coches negros y relucientes que estaban, al fin, mil mundos después, el gobierno de España ha decidido actuar en consecuencia: se acabaron los coches oficiales para todo mindundi. Mas, comoquiera que aún son varios cientos de miles los odiosos vehículos que quedan en circulación (no lo puedo remediar, me pongo de los nervios cada vez que veo uno), se me ha ocurrido una idea, brillante, como todas las mías, para el mejor uso (ahorrativo) de los mismos.   “Las comidas de trabajo”...

De bengalas y petardos

    Más de uno se estará preguntando qué hace un ‘intelectuá’ hablando de bengalas y petardos (“Ortega y Marañón son intelectuales porque ellos se lo llaman a sí mismos”, dijera Franco, tan amigo de intelectuales). Eso mismo digo yo, y más aún si tenemos en cuenta que la palabra petardo me produce verdadera repugnancia. Ustedes perdonen: a J.R. Jiménez le pasaba lo mismo con la palabra chirrión, que una vez escribiera Azorín, “El chirrión de los políticos”, por lo que se ganó la del pulpo. Al grano.        Una bengala fue el detonante de la espantosa avalancha que provocó la tragedia festiva en Madrid. Al principio, se habló de un petardo. Horror, ya salió la asquerosa palabra. En Badajoz, ciudad a la que acudo con cierta frecuencia (ah, los nietos), hube de llamar una tarde a los municipales, avisando del estruendo a que estábamos siendo sometidos por un grupito de adolescentes. Digo estruendo porque, no sé la causa, no conozco una ciudad con p...