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El puente de Carlos

   Viernes por la mañana: Centón y medio de jóvenes de veintisiete países y pico europeos debaten en el Congreso, Madrid, sobre los asuntos princeps del futuro de la Unión. El pico es por dos países aspirantes: colijo que no debe de ser tan malo esto del club europeo cuando hay cola. Viernes por la tarde: Fracasa la última cumbre europea. Me quedo con los jóvenes. Me quedo con los jóvenes en detrimento de los tecnócratas de la política, de los políticos tecnócratas, que ven menos que un gato de yeso. A Europa la están construyendo los jóvenes, sí: la Unión Europea quiero decir, o los Estados Unidos de Europa de don José Ortega, aquel gran ‘torero’ europeísta que hubo: del pensamiento, de la escritura, de la oratoria; por cierto, el mismo que dijo que el problema de Cataluña no tiene solución (“La rebelión de las masas”, lo tengo subrayado, creo que en el prólogo; no lo puedo comprobar, estoy fuera de casa).
  Tuve tan feliz iluminación la primera vez que crucé el puente, el puente europeo por antonomasia, el puente más cosmopolita del mundo: el puente de Carlos, de Praga, el de las estatuas negras e imponentes, populoso de jóvenes de Europa toda, indistinguibles, de todo punto, en su procedencia: mismos pelos, mismos piercings, mismos tatuajes, misma indumentaria, mismo idioma (el inglés, claro), misma cultura, mismas costumbres, mismo todo. Ah, y misma tarjeta sanitaria, no como aquí, que hay diecisiete, gracias a los deconstructores de España (pa matarlos). Vete tú a hablarle de fronteras a la juventud del puente: se reirán de ti en tu misma cara, y lo que es peor: te llamarán viejo, y antiguo. O peor aún: ni te prestarán oídos.   
   Ante aquella iluminada visión, pensé con satisfacción: ya pueden decir/hacer los políticos lo que quieran: la Unión Europea se está construyendo sola: la está construyendo la juventud, ya está dicho. Y sigo en mis trece. Y eso que por entonces no se había inventado el euro, tan controvertido; y eso que por entonces no se había producido la gran revolución de inicios del siglo: la eclosión de las redes sociales, que están haciendo del mundo en un todo instantáneo.
  Me he referido antes a los políticos como cegatos: es que lo son la mayor parte de ellos (el ansia de poder ciega tus ojos: no lo digo yo, lo dice el gran Mario Vargas Llosa: “El pez en el agua”). Pero hombre, en un grupo tan numeroso, algún listo se tiene que escapar, aunque las ideas sean de los asesores o ayudantes o lo que fuere. Es que no quisiera dejar de rendir tributo de admiración a los señores que un día decidieran poner en marcha la más eficaz medida en pos de la construcción europea: las becas Erasmus, sí. La tela de araña que los ‘erasmus’ están tejiendo es de tal fortaleza que, dentro de poco, no la romperá ni un elefante: el elefante ése que se balancea sobre la tela de una araña.
  En fin, que no sé si se han dado ustedes cuenta de que soy más orteguiano que unamuniano. Entre el “españolizar Europa” de don Miguel y el “europeizar España” de don José, me quedo con lo segundo. ¡Vivan los Estados Unidos de Europa! (¡Y España!).  

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