En esto que iba yo paseando con mi amigo Santiago, cuando de pronto me quedé de una pieza. Fue cuando me contó que a los diecisiete años, saliendo de los Cuatro Lugares, su padre lo llevó no a conocer el hielo, como al personaje de “Cien años de solidad”, sino a un ignoto pueblo de la sierra de los Ancares, parte leonesa, a tomar posesión como maestro interino. Mi estupefacción no fue por lo remoto del territorio, reducto último del lobo del Hombre y la Tierra, del gran Rodríguez de la Fuente, ni por que hubieran de hacer dos horas a caballo desde la estación del tren hasta el destino final, ni por que le dijeran, recién llegados, que las nevadas invernales dejaban al pueblo (poblado de chozas célticas más bien) sumido en el más absoluto aislamiento, ni tan siquiera por la corta edad de mi amigo Santiago, pues que en aquel tiempo, el hecho no era infrecuente: acabado el cuarto y reválida con catorce, le añadías los tres de magisterio, y a los diecisiete te podías plantar en l...
Artículos de opinión publicados por Agapito Gómez Villa