En esto que
iba yo paseando con mi amigo Santiago, cuando de pronto me quedé de una pieza.
Fue cuando me contó que a los diecisiete años, saliendo de los Cuatro Lugares, su
padre lo llevó no a conocer el hielo, como al personaje de “Cien años de
solidad”, sino a un ignoto pueblo de la sierra de los Ancares, parte leonesa, a
tomar posesión como maestro interino. Mi estupefacción no fue por lo remoto del
territorio, reducto último del lobo del Hombre y la Tierra, del gran Rodríguez
de la Fuente, ni por que hubieran de hacer dos horas a caballo desde la
estación del tren hasta el destino final, ni por que le dijeran, recién
llegados, que las nevadas invernales dejaban al pueblo (poblado de chozas
célticas más bien) sumido en el más absoluto aislamiento, ni tan siquiera por
la corta edad de mi amigo Santiago, pues que en aquel tiempo, el hecho no era
infrecuente: acabado el cuarto y reválida con catorce, le añadías los tres de
magisterio, y a los diecisiete te podías plantar en la escuela a enseñar la
enciclopedia a los muchachos.
Mi asombro
no fue por nada de eso, ya digo. Fue cuando me vino a la cabeza una noticia
reciente: el gobierno acaba de ampliar la edad pediátrica hasta los dieciocho
años. Imaginarme a mi amigo Santiago saliendo de la escuela camino de la
consulta del pediatra y juntarse a continuación con los alumnos en la sala de
espera fue lo que me produjo la ‘asombrefacción’: mezcla de asombro y estupefacción.
No es para menos.
Cuando la
edad pediátrica pasó de los ocho a los catorce años, tiempo les faltó a algunos
para contar como algo insólito la historia inevitable: que ellos conocían a una
madre en edad pediátrica. Imagínense lo que puede suceder de ahora en adelante.
Que conste que yo no entro a juzgar lo acertado o no de la medida, que la
sociedad española de pediatría venía por lo visto reclamando. Yo lo que no dejo
es de sorprenderme imaginando a padres jóvenes, que los hay, acudiendo como
pacientes con su(s) retoño(s) a la consulta de pediatría: ¿qué le pasa a la
niña?; no, hoy el enfermo es el padre. Todo es, claro está, cuestión de
acostumbrarse: no están muy lejanos los tiempos, felizmente superados, en los
que el médico de cabecera era el médico de los abuelos y de los nietos recién
nacidos.
En fin, que
con la edad pediátrica está pasando al revés que con la edad geriátrica. De los
65 años de los inicios, la edad geriátrica fue retrasándose hasta llegar a los
80, que es la que hoy se considera como más razonable (el límite no es estricto,
claro). Es que de haberse juntado la antigua edad geriátrica con la recién
aprobada edad pediátrica, ¿qué nos hubiera quedado a los médicos de cabecera? Está
claro: las bajas por enfermedad, las recetas de pañales de incontinencia y de medias
de compresión fuerte (con blonda, sin puntera, etc.). ¿Te parece poco saberse
todas las clases de pañales y de medias? Los cardiólogos, un suponer, sabrán
mucho de lo suyo, pero no tienen ni idea de pañales, ni de medias.
Al final,
me quedo con mi amigo Santiago, maestro en los Ancares, en la consulta de
pediatría.