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Una noche en la celda


   Lo dijera cierto ciudadano, al que un día se le fue la mano con uno daba la casualidad que era el alcalde del pueblo, cuando saliera de pasar una noche en prisión: “No se lo deseo ni a mi peor enemigo”. “Noventa minuti en el Bernabéu son molto longo” (no me hablen hoy del Bernabéu y sus postes, por favor), dijo Juanito, en su italiano mejorable. Imaginen cómo serán los ‘minuti’ de una primera y oscura noche entre rejas: “de piedra”, que dijera Aute de las horas. Nada que ver con la “Noche oscura” de San Juan de la Cruz, a pesar del parecido. Tengo escrito que la pena de prisión no supone el mismo castigo para todas las personas (les recuerdo que fui médico de la institución durante una década), pero la primera noche, ay, es la primera noche. Cómo será la cosa que para esos primeros días existe un protocolo de actuación para evitar el suicidio, riesgo que suele ser máximo en ese tiempo. Cuando la pesada chapa de la puerta se cierra por fuera con un cerrojo de tamañas dimensiones y se oye el ruido de la llave, hay que tenerlos muy bien puestos (los hemisferios cerebrales) para no hundirse hasta lo más profundo de la sima de la desesperación. Tres días es el tiempo que el interno (la palabra preso es humillante) debe permanecer en el departamento de ingresos, recién llegado al colegio, tiempo en el que ha de ser visitado lo antes posible, y cada día, por el médico. O sea, que uno recuerda bien la cara del recluso, a la mañana siguiente de la primera noche. Recuérdenlo ustedes también.  

   Es el caso que el tal Blesa, banquero él (ah, cuán difícil es encontrar a un banquero que no haya tenido problemas con la justicia: ¿quieren la listas interminable?), acaba de pasar una noche en prisión, ésa que “no se la deseo ni a mi peor enemigo”. Pues bien, vista la cara de dicho señor a la salida del establecimiento (la palabra cárcel añade un plus de humillación), les puedo asegurar que él sabía a ciencia cierta que lo suyo sería cosa de poco momento. De lo contrario, a buenas horas iba a salir como salió, con esos andares ligeros y enhiestos que nada tienen que ver con los de uno que acaba de emerger del pozo negro de la desolación. Señor juez, ¿y si le traemos ahora mismo los dos millones y medio de euros, mi defendido se puede ir a casa? No, no, tiene que pasar esta noche en prisión; el dinero me lo traen mañana, que luego la gente no diga que hay una justicia para ricos.

  En efecto, hay una justicia para ricos y poderosos, ay. Y no estoy pensando en ninguna Cristina. De sobra sabía su señoría que los millones estaban prevenidos; como la cal en la plaza de Manzanares: “una espuerta de cal, ya prevenida”, que cantara Lorca a la muerte de Sánchez Mejías, su amigo. O sea, que lo del tal Blesa fue una “primera noche”, pero muy atenuada, ya me entienden. De lo cual me alegro: nada gano yo con el sufrimiento ajeno. Pero, claro, nunca podrá decir el banquero lo que dijo el otro: ni a mi peor enemigo y tal. 

 

 

 

 

 

   

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