Alfredo
Sáenz, alto ejecutivo, recién retirado, del banco Santander, cobrará una
pensión de 88 millones de euros. Eso, pensé, no lo gana en un mes el cirujano
que estuvo el otro día diez horas, aquí en el Infanta Leonor (habrá que ir
pensando en el cambio), operando a un familiar mío. Claro que la labor de
cualquier ejecutivo de la banca es mucho más importante, dónde va a parar, que
la de un cirujano, me dije a continuación. Y no digamos si la comparamos con un
humilde médico de cabecera, como este particular. A las pruebas me remito,
léase emolumentos, que ni eso tenemos los médicos, ni tan siquiera honorarios,
con lo bonitas que son esas palabras: una simple nómina y pare usted de contar.
Claro que para sí la quisieran, la nómina, los seis millones y pico de parados,
que llegaremos a los siete, ay, y los pájaros seguirán cantando.
Sin embargo,
no son euros todo lo que reluce; quiero decir que las cosas no han sido tan
sencillas. Por lo visto, lo que le correspondía eran 90 millones, pero el señor
Botín, cicatero/pesetero como buen banquero, así ya puede uno hacerse rico, se
dio maña de arañarle un par (de millones). Algo parecido a lo que hacía uno de
mi pueblo con los temporeros cuando iban a cobrar las peonadas a la anochecida,
gorra en mano, las caras recién lavadas con agua del pozo: y de diez me llevo
una, y les quitaba una peseta de cada diez, el muy sinvergüenza. Muy mal por el
señor Botín: no me parece ético, ni justo, ni nada, sisarle más de trescientos
millones de pesetas a un trabajador que ha dado la vida por la entidad, hasta
el punto de acabar con sus huesos en una celda carcelaria: de no haber llegado
a tiempo el indulto zapaterino. Si eso no es dar la vida, que venga Dios y lo
vea.
Acercando
los labios al sonotone, hablo del asunto con mi padre, que me acaba de
preguntar quién coño es ese hombre cariancho que lleva unos cuantos días saliendo
en la televisión. Ante su asombro por los millones de ‘ebros’ (él dice ebros) que
se va a llevar, le respondo que ese hombre ha dado su vida por el banco donde
trabajaba. A lo mejor a usted (le hablo de usted) no le dieron una jubilación parecida
porque no dio su vida por el amo. De pronto, se me revuelve y me dice con cara
de juez (mi madre dixit) y voz cabreada: cómo coños quieres que diera la vida
por el amo, si los jornaleros teníamos unos cuantos al cabo del año; si hubiera
tenío uno solo, como tu tío Dioni, a lo quizás lo habría hecho, pero si lo daba
to por uno, el que me cogía, un decir, para tender ‘istierco’ en la sementera, ya
no me quedaban fuerzas pa el siguiente; eso es lo que tú tenías que haber
hecho, haberte empleao en un banco, con lo bien que se te daban las cuentas, y
el día de mañana te hubieras retirao con una buena paga. Bueno, padre, no se
ponga usted así, que le va a dar algo.
Cosas de
viejo como una tapia (por viejo y por sordo).