Decía Delibes
que él escribía de algo cuando el asunto le fecundaba. Perdón por la dispar comparanza,
pero eso es lo que a mí me pasa: como la cosa no me salga de muy adentro, soy incapaz
de darle una patada a un bote. Pues bien, entrar en un hospital y entrarme ganas
de escribir, es todo uno. Para bien, claro, que uno sabe distinguir el grano de
la paja, con perdón.
Un día, le descubrimos a mi hermano un aumento del
calcio en la sangre. De inmediato, nos ponemos en marcha en busca de las
glándulas causantes del estropicio (responsables dicen los angloanalfabetos,
como si un fenómeno natural pudiera ser imputado de responsabilidad). Lo
primero, una ecografía del cuello, cara anterior, que es donde suelen estar
situadas: paratiroides se llaman. Lo segundo una TAC de la misma zona (digo una
TAC porque tomografía es del género femenino en toda tierra de garbanzos: usted
no dice ‘un’ resonancia, un suponer). Lo tercero, viaje al Infanta para una
gammagrafía ósea. A continuación, estudio mediante sustancia radiactiva: sin
noticias de las glándulas ‘culpables’, que diría uno de la tele. Nueva visita
al endocrino y nuevos análisis: los niveles del calcio y la hormona
correspondiente siguen por las nubes. Consulta con el cirujano: hay que esperar
a ver si esto da la cara. Pasados los meses, vuelta al Infanta: los huesos se
nos están descalcificando, mayormente los de mi hermano. Nuevo rastreo del cuello
con la sustancia radiactiva: al fin aparecen las dichosas glandulitas, digo
glandulitas porque, a pesar de su importantísima función, son diminutas. Llegados
a este punto, el remedio único es la cirugía.
Comoquiera
que la cosa no era de aquí te cojo y aquí te mato, nos vamos a la lista de
espera. Y hete aquí que el otro día a mi hermano se lo llevan al quirófano:
hospital San Pedro de Alcántara. A las cuarenta y ocho horas de la
intervención, previa estancia de una noche en reanimación, mi hermano ya está
en casa, como si no le hubieran operado ni nada.
Pero lo más
curioso de todo es que, tal que hiciera cuando mi padre anduvo en el lugar
afecto de neumonía, pregunto cuánto es lo nuestro, es lo menos, vamos, digo yo.
Y se me responde lo mismo que cuando entonces: “No es nada, paga la casa”. Y le
doy las más efusivas gracias, claro. Pero como no puedo dárselas, uno a uno, a
todos, además de a los cirujanos, artífices principales de la solución
(laboriosa operación), quiero mostrar mi agradecimiento a todas y cada una de
las numerosas personas (los aparatos no me van a entender, a pesar de lo caros
que son) que, tanto en Cáceres como en Badajoz, han intervenido en lo de mi
hermano, que yo no sé si seré o no bien nacido, pero desagradecido no lo soy en
absoluto.
Y aquí
viene mi corolario: me da mucha pena de que el personal, en general, no valore
la excelencia de nuestro sistema sanitario, sin ir más lejos, ¡el país del
mundo donde más trasplantes se realizan, a pesar de los recortes! Y lo que es
peor: que con tanta frecuencia se haga uso indebido del mismo. O se le denueste.
Usted me ha
entendido, ¿verdad, señor Delibes?