La paciente,
que lo viene siendo desde hace veinte años, va un día y me dice: “Que para
seguir siendo paciente tuya, tienes que firmarme la autorización. Por lo visto,
mi nuevo domicilio no pertenece a este centro”. “¿Tan lejos te has ido a vivir?”
La buena señora, educadísima y de voz muy suave, responde: “Qué va: aquí,
encima de la consulta”. Efectivamente, la señora acababa de mudarse a un piso
sito justo encima de mí (si alguna vez escribo ‘encima mío’, exijo ser
ejecutado ipso facto). ¿Y estando tan cerca, dicha casa no pertenece al
centro?, se preguntará usted, amable y asombrado lector. Pues no, mire usted:
por decisión expresa de unos “locos con carnet” (Serrat dixit). No me diga que
no hay que estar zumbado, o fumado, o esnifado, para tomar semejante medida.
¡Ya lo
tengo¡ ¡Fue por venganza!
Me explico.
El local que ahora ocupa el centro de salud -“El caballo” le llaman-, durante
algún tiempo fue la sede del antiguo Insalud, por lo que es de suponer que, tal
que nos ha sucedido a nosotros, alguna que otra mañana se encontrasen las
oficinas anegadas, por avería suprayacente. Está clarísimo: el loco con carnet
no lo anduvo dudando. Igual que en la mili se arrestaba a los mulos que habían
herido a algún soldado, decidió castigar a los vecinos de arriba a tener que
desplazarse a otro centro, y de camino, para disimular, pagaron justos por
pecadores: hizo lo mismo con los dos bloques contiguos.
¿Que a qué
administración pertenecían aquellos individuos? Eso da lo mismo. “Locos con
carnet” los ha habido siempre. Aquéllos hicieron lo que hicieron con los
vecinos y éstos no te dan permiso para enterrar a tu tío (o a tu tía). Oiga,
que no estamos hablando de Scalibur, el perro estrella del Ébola, ¿se acuerdan?
Sí, hombre, sí: el perro de aquella enferma que, tiempo ha, copó la información
de todos los medios, hace ya la friolera de cuatro o cinco….. meses. Una
exageración, sí, era lo anterior: que te dieran cinco días (falté dos) por la
operación de una cuñada fuera de Cáceres, en el Infanta. Pero que ahora no te
concedan ni dos horas para enterrar a un hermano/a de tu padre, o de tu madre,
me parece que es pasarse de frenada. Como si uno estuviera enterrando tíos
todas las semanas, como hacía aquel compañero de bachillerato cada vez que
faltaba a clase: “Es que se ha muerto mi abuelo”. Enterró a una docena aquel
año, por lo menos. Gran matemático el muchacho, por cierto, además de poeta: teorema
de Ceva: “Lo que al río cae, la corriente se lo lleva”; teorema de Ptolomeo:
“Si te escondes, no te veo”. (sic).
Y ya para
rematar, la última. Enfermera con plaza en propiedad que se traslada de Coria a
Navalmoral, o al revés. Para lo cual, entre otros muchos papeles, le exigen
certificado médico oficial, de los que se pagan, al menos el papel. Vamos, no
ya como si cambiase de comunidad autónoma, sino de país. Sucede que ningún
médico está obligado a extender dicha certificación en la consulta del SES, con
lo que, si el facultativo se negase, el trabajador/a tendría que acudir a un
centro privado, y pagar. “Locos con carnet”, ya digo.
Loado sea Serrat.