El domingo pasado, el director de este
periódico dedicaba su “carta” semanal a la sentencia del ruido en/de Cáceres:
“Víctimas”. Le perdono que se me adelantase porque, además de ser el jefe, le
salió la cosa redonda, pues que redondo fue el repaso que le dio al personal:
“Por eso resulta paradójico, por no decir inexplicable y hasta impúdico, que el
concejal Cayetano Polo, y la alcaldesa, Elena Nevado, empatizaran tan
fácilmente con los condenados y no con los afectados”. Ahí te quería yo ver. Seguro
estoy de que ninguno de los dos vivieron en las inmediaciones de los antros
incriminados. Ah, y ningún juez tampoco, no sé si me entienden. Es que eso es
para vivirlo.
“Ojalá que la alcaldesa de entonces, Carmen
Heras, no tenga que pisar la cárcel”, decía don Ángel Ortiz. Y yo opino lo
mismo. Pero eso lo digo ahora, cuando las aguas ya se han calmado. Cadena
perpetua no revisable le deseaba yo, vivamente, fervientemente, al alcalde de Badajoz,
Celdrán se llamaba, y a su concejal del ruido, cada madrugada que, a eso de la
una y pico, se ponía en marcha bajo mi cama la máquina de la tortura: un garito
de la plaza de La Molineta, vistoso lugar, en donde, por culpa de mis nietos,
yo pernoctaba, que no dormía, de vez en cuando. “Badajoz y la felicidad” se
titulaba el sangrante artículo que escribí al respecto, doce años justos, ahora:
“Badajoz es una ciudad hecha para ser feliz”, acababa de decir el alcalde en
“Fitur”. Pero no sirvió de mucho, más bien de poco. La solución vino por otro
lado, por un milagro (¡existen!): mis nietos hubieron de mudarse de casa.
He dicho tortura y me he quedado corto: la
máquina de la locura sería lo correcto. En efecto, cada noche de autos, después
de haber llamado desencajado a la policía municipal (grabado tiene que estar),
me levantaba enloquecido y, cañón de la pistola en la boca, me disparaba hasta
quedar inconsciente: tranquilos, la pistola era la caja de Lexatín. Hablando de
pistola: raro me parece que, luego de años de torturas, lo de Cáceres no
acabase en tragedia, tal es el grado de indignación/ofuscación/desesperación al
que uno puede llegar en tal situación.
“Ocio
y descanso deben ser compatibles”, decía don Ángel. Tiene usted razón, monsieur
le directeur (estoy hasta la coronilla de citas en inglés). Claro que son
compatibles, cómo no. Lo que no me explico es cómo no han encontrado antes la solución,
con lo fácil que es. ¡Alma de cántaro!: si Extremadura fuese un territorio
superpoblado, la cosa sería más dificultosa. Pero no es el caso. A pocos
minutos, en coche, claro, tenemos lugares tan paradisíacos como los riberos del
Almonte (los del Tajo quedan un poco más a trasmano): ¿Qué mejor lugar, pues,
para abrir una discoteca, y de camino hacer compañía a los solitarios operarios
nocturnos de los puentes del AVE? Oiga, es que nos autorizó el Ayuntamiento.
Bien. Eso ya es razón suficiente para empapelar a cualquier alcalde. ¿Que soy
muy drástico? Calla, mujer. ¿Hubiese autorizado el mandamás de turno una discoteca
debajo de su casa/cama? Anda ya.
En resumidas cuentas: ahí tienen ustedes, señor
juez, señora alcaldesa, perfectamente compatibilizados ambos derechos, el de la
diversión y el del descanso. ¿O no?