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EL TESORO Y ANAXIMANDRO

EL TESORO Y ANAXIMANDRO

                                                 Agapito Gómez Villa

    Qué alegría me llevé el otro día. Yo creía que España no tenía tesoro; que el único país del mundo que lo tenía era EEUU: secretario del tesoro p'acá, secretario de tesoro p'allá, y los señores periodistas sin dignarse a aclararnos que se trata del ministro de las finanzas (como la Reserva Federal, que nunca dicen que es el Banco de España de allí). Pues sí señor, España también tiene tesoro, y le va a prestar 15.000 kilogramos a la Seguridad Social para ayudar a los pensionistas. De inmediato, el gran Pedro Pablo (Pedro Pablo Sánchez Iglesias) sacó de su menguado caletre la solución: que los bancos que fueron rescatados con dinero público devuelvan parte del pastel. Al pobre hombre se le ha ocurrido una solución coyuntural, que no definitiva, cual sería, tal que decíamos ayer, Fray Luis me asista, acabar con todo vestigio del sistema de las Autonomías, que, demostrado está, no sólo ha dividido la Nación en diecisiete reinos de Taifas, cada uno con su sistemita de salud (¡calendario vacunal genuino, antaño! y su tarjetita sanitaria propia); su sistema educativo en el que no se habla de España; su banderita, su idiomita, su himno y hasta sus ríos particulares (las nubes no las han tocado, por ahora), sino que, desde el punto de vista económico, el asunto no hay por donde cogerlo: jornales para diecisiete primeros ministros (más Ceuta y Melilla); para los cientos de ministrines (consejeros en Asturias); para los miles de gerentes, vicegerentes, directores y subdirectores generales, coordinadores de esto y de lo de más allá, etc. Ah, y los inservibles, superfluos, redundantes, absurdos parlamentos autonómicos, que solo han servido para tocarle las narices (léase con c) al parlamento de la Nación, cuando no para inventarse  una nueva forma de dispositivo intrauterino, la malhadada DUI. Resulta que todo lo fundamental de nuestras vidas lo legisla ya Bruselas: alimentos, medicamentos, construcción, automoción, aviación, niveles de contaminación, política económico-bancaria, nombramientos en Justicia (Polonia), etc; el nivel siguiente lo legisla el Congreso (el Senado hay que cargárselo): ¿para qué rayos sirven, pues, los parlamentos regionales? Para nada. ¿A cuánto se eleva tamaño dislate? Incalculable. En resumidas cuentas, el sistema autonómico solo nos ha traído dos cosas que empiezan por d: derroche y división.

   
  “Cuando se mete la pata, lo primero es sacarla, antes de meter la otra. Anaximandro, siglo V. A.C”, decía mi maestro, don Miguel Antonio, cita apócrifa, claro. Pero viene al pelo para lo de Urkullu: "Ya va siendo el momento de la co-soberanía", que no es beberse a medias una copa de Soberano, como hiciéramos cuando mozalbetes para atrevernos a hablar con las muchachas. Eso supondría ignorar el sabio consejo de Anaximandro, o sea, meter la segunda pata. Apócrifa sería su cita anterior, pero no la siguiente: "Todas las cosas surgieron de una sustancia primordial y a ella retornarán, a menos que paguen pena y castigo por su iniquidad”. Ahí está: las disgregadoras autonomías surgieron de la España primordial, y a ella debieran volver cuanto antes, ¡“a menos que paguen pena y castigo por su iniquidad”. Alguna ya lo está pagando, y más que va a pagar si sigue por el camino emprendido. Sigamos pues al sabio griego. Acabemos con la lacra autonómica y tendremos resuelto para los restos el problema de las pensiones, señor Pedro Pablo.  

 
 
 

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