La primera vez que reparé en Rubalcaba fue por
contraste: de una parte, Rosa Conde, la ministra portavoz de Felipe, incapaz que
era de hilar dos palabras seguidas; y por la otra, el verbo ágil de aquel
personaje calvo, feo y barbado, recién aparecido en escena. ¿Cómo es posible
que hablando tan bien este señor, la voz del gobierno sea una señora disléxica?
No andaba yo muy desencaminado: Umbral le dedicaría una columna demoledora en
la que le llamaba tonta una veintena de veces (el lenguaraz Raúl del Pozo
remataría la jugada comparándola con cierto episodio de la Casablanca). Como
estaba cantado, el profesor Alfredo (un respeto al enseñante universitario)
acabaría siendo todo en los gobiernos del PSOE, ministro portavoz incluido: el
cese definitivo de los asesinatos de la eta es obra de su maquiavelismo, aunque
para ello hubiese de ‘sacrificar’ un Faisán.
En fin, que don Rubalcaba, ¡un mes más joven
que yo!, no logró nunca caerme mal, a pesar de su torticera
utilización/manipulación de los atentados del funesto 11-M: por su inteligente
locuacidad, además de por su madridismo, claro (imagino que, como tantos, se
llevaría un gran alegrón la noche de Liverpool, cosa que yo no pude, ay: ¡tengo
un nieto del Barça!). Dicho lo cual, lo que más me gustó de él fue verlo, tiza
en mano, impartiendo de nuevo Química Orgánica a los estudiantes de la
universidad. Si eso no lo hace diferente, que venga Dios y lo vea. Desde los
tiempos de la extinción de la UCD (una de las “extinciones masivas” que se han
dado en el planeta), cuando casi todos los magníficos profesionales que la
integraron se reincorporarían a sus cuarteles respectivos, no se veía cosa
igual. Es que nunca pude soportar a los individuos que hacen de la política su única
y exclusiva forma de vida, ésos que nunca dieron un palo al agua. Sí, ya sé que,
lo dijo Alfonso Guerra, los ‘profesionales’ de la política también son
necesarios. ¡Pero no tantos, leches!
Ahora bien, precisamente por la buena consideración
que tenía del inteligente personaje, jamás hubiera pensado que sería uno (lo de
Susana, la pobre, entraba dentro de la lógica más elemental) de los que
negarían la palabra a una buena persona: a mi congénere (Cela dixit) Fernández
Vara (asumo que los médicos tenemos fama de ser muy corporativistas). Tengo
para mí que don Guillermo, actividad política aparte, es una buena persona y
eso no hay quien me lo quite de la cabeza. Fue cuando, reentronizado Pedro
Sánchez como mandamás del PSOE (miedo me da su absoluta falta de escrúpulos), las
heridas socialistas aún sangrantes, don Guillermo, antes en el bando crítico, siguiendo
el sabio consejo de un socialista viejo (lo del demonio y eso), se puso a las
ordenes del ‘nuevo’ secretario general: “¿No decían que había que coser el
partido?”
Dicho lo cual, y aunque les parezca mentira, de
lo que yo quería hablarles, de no haberse muerto Rubalcaba, es de lo que reza
el título del artículo. En efecto, don Guillermo es la única persona que, aprovechando
su luna de miel con La Moncloa (Pedro no se ha repuesto aún de la sorpresa), puede
conseguir que llueva en Extremadura los cuatro días que siempre nos promete la muy
atractiva Mónica López, que al final se quedan en uno, y si acaso.