DE MINISTROS Y ENFERMEDADES
Agapito Gómez Villa
Imagino lo contenta, perdón, feliz, es que ya no hay nadie contento (el último fue un ciclista italiano: "sono contento", dijo): ahora todo el mundo 'está' feliz; les decía que imagino lo feliz que tiene que estar doña Irene Montero, no ya por sus tres recientes retoños, enhorabuena, sino porque, hace tres lunas escasas, no fuera 'nombrada' por su marido ministra de Sanidad, que le faltó el canto de un euro. Ya hemos escrito varias veces que, transferidas sus funciones a los "mini estadis" (un campo del Barça), el ministerio de Sanidad es un cascarón vació, pero no me digan ustedes que doña Irene no se hubiese echado a temblar sí le llega a tocar la listeriosis, otra enfermedad 'periodística' (la 'una' fue el ébola, que hay que ver la que montaron por dos o tres casos). Es que debe de ser aterrador tener que hablar de una enfermedad de la que no tienes ni barruntos. Algo parecido a lo que pasaría si a mí me nombrasen ministro de Industria, ¡clemencia, Señor!, o presidente del Banco de España, ¡piedad, Dios mío!, tal que fuera ambas cosas, en Cuba, mi congénere (don Camilo dixit), Ernesto Guevara, el Che, médico al que le molaba más la pistola que el fonendo.
Alguien dirá que no es imprescindible haber pasado por la facultad de Medicina para ser ministro de la Salud. Imprescindible no será, pero cuando llega la hora de la verdad, o sea, una enfermedad 'periodística', el patetismo puede llegar al paroxismo. Veamos algunos ejemplos.
Sancho Rof, profesor de Física, ministro de Suárez cuando lo del aceite de colza (aquella sí que fue gorda): "Un bichito que si se cae de esta mesa, se rompe". ¡Toma!
Celia Villalobos, funcionaria de no sé qué, árbitra de la elegancia chabacana, ministra de Aznar cuando las vacas locas: "Se puede hacer un 'cardito' con huesos de cerdo".
Leire Pajín, licenciada en sociología, ministra de Zapatero (vaya pareja): pongan ustedes lo que quieran.
Ana Mato, licenciada en políticas y sociología, ministra de Rajoy cuando el Ébola: pobre mujer, aquella ruega de prensa (vean YouTube) es lo más bochornoso que uno haya visto: el patetismo elevado al paroxismo, ya digo.
¿Que quién tiene la culpa de semejantes dislates? Ambas partes, mire usted. El que nombra al indocumentado es un insensato; y el indocumentado que lo acepta, un irresponsable.
En fin, que al menos la ministra actual de la cosa es médico de Familia, a la que seguro que le habrá pasado como a mí: que en cuanto saltó el 'minibrote', me vi en clase de microbiología, Salamanca 1973-4, en donde aprendiéramos la 'biografía' del germen en cuestión, listeria, cuya especie monocytogenes, a pesar de su ubicuidad universal, sólo en casos 'excepcionales' causa enfermedad grave en humanos (de esto, quien lo sabe todo es el doctor/profesor/escritor, Muñoz Sanz, el último hombre del Renacimiento). Asimismo, no es casualidad que la predecesora de María Luisa Carcedo, la brevísima Carmen Montón, sea también licenciada en Medicina. Estoy seguro de que Iván redondo, cerebro actual de Pedro, se habrá acordado, sí, de algún artículo mío al respecto, de cuando fuese mano derecha de Monago (el "consejero de ocurrencias" de Martín Tamayo). De ahí que Pedro, obediente, haya nombrado a doctoras sucesivas. Es lo menos.
Agapito Gómez Villa
Imagino lo contenta, perdón, feliz, es que ya no hay nadie contento (el último fue un ciclista italiano: "sono contento", dijo): ahora todo el mundo 'está' feliz; les decía que imagino lo feliz que tiene que estar doña Irene Montero, no ya por sus tres recientes retoños, enhorabuena, sino porque, hace tres lunas escasas, no fuera 'nombrada' por su marido ministra de Sanidad, que le faltó el canto de un euro. Ya hemos escrito varias veces que, transferidas sus funciones a los "mini estadis" (un campo del Barça), el ministerio de Sanidad es un cascarón vació, pero no me digan ustedes que doña Irene no se hubiese echado a temblar sí le llega a tocar la listeriosis, otra enfermedad 'periodística' (la 'una' fue el ébola, que hay que ver la que montaron por dos o tres casos). Es que debe de ser aterrador tener que hablar de una enfermedad de la que no tienes ni barruntos. Algo parecido a lo que pasaría si a mí me nombrasen ministro de Industria, ¡clemencia, Señor!, o presidente del Banco de España, ¡piedad, Dios mío!, tal que fuera ambas cosas, en Cuba, mi congénere (don Camilo dixit), Ernesto Guevara, el Che, médico al que le molaba más la pistola que el fonendo.
Alguien dirá que no es imprescindible haber pasado por la facultad de Medicina para ser ministro de la Salud. Imprescindible no será, pero cuando llega la hora de la verdad, o sea, una enfermedad 'periodística', el patetismo puede llegar al paroxismo. Veamos algunos ejemplos.
Sancho Rof, profesor de Física, ministro de Suárez cuando lo del aceite de colza (aquella sí que fue gorda): "Un bichito que si se cae de esta mesa, se rompe". ¡Toma!
Celia Villalobos, funcionaria de no sé qué, árbitra de la elegancia chabacana, ministra de Aznar cuando las vacas locas: "Se puede hacer un 'cardito' con huesos de cerdo".
Leire Pajín, licenciada en sociología, ministra de Zapatero (vaya pareja): pongan ustedes lo que quieran.
Ana Mato, licenciada en políticas y sociología, ministra de Rajoy cuando el Ébola: pobre mujer, aquella ruega de prensa (vean YouTube) es lo más bochornoso que uno haya visto: el patetismo elevado al paroxismo, ya digo.
¿Que quién tiene la culpa de semejantes dislates? Ambas partes, mire usted. El que nombra al indocumentado es un insensato; y el indocumentado que lo acepta, un irresponsable.
En fin, que al menos la ministra actual de la cosa es médico de Familia, a la que seguro que le habrá pasado como a mí: que en cuanto saltó el 'minibrote', me vi en clase de microbiología, Salamanca 1973-4, en donde aprendiéramos la 'biografía' del germen en cuestión, listeria, cuya especie monocytogenes, a pesar de su ubicuidad universal, sólo en casos 'excepcionales' causa enfermedad grave en humanos (de esto, quien lo sabe todo es el doctor/profesor/escritor, Muñoz Sanz, el último hombre del Renacimiento). Asimismo, no es casualidad que la predecesora de María Luisa Carcedo, la brevísima Carmen Montón, sea también licenciada en Medicina. Estoy seguro de que Iván redondo, cerebro actual de Pedro, se habrá acordado, sí, de algún artículo mío al respecto, de cuando fuese mano derecha de Monago (el "consejero de ocurrencias" de Martín Tamayo). De ahí que Pedro, obediente, haya nombrado a doctoras sucesivas. Es lo menos.