Ni en sus peores pesadillas oníricas habría podido soñar Salvador Illa que, sólo con el formidable pertrecho de una licenciatura en filosofía, le tocaría gestionar tan mortífera pandemia. De haberlo intuido, seguro que le habría dicho a Pedro Pablo: “Si es posible, que pase de mí este cáliz”. Ah, y menos mal que a su lado tuvo siempre a un visionario, Fernando Simón: el de los “dos casos diagnosticados” como mucho; el prosélito del funesto 8-M, 2000. A pesar de todo, con sus gafas de superman y su seriedad, el hombre no daba mal en televisión, que es de lo que se trataba. Siempre que se lea sin faltas de ortografía, claro. ¿O no? Trabajo me cuesta imaginarme en el lugar de don Salvador, a Celia Villalobos o a Leire Pajín, dos luminarias de la política patria, ministras que fueran de la cosa en su día (una de cada ‘equipo’). Con don Illa ha quedado demostrado una vez más que el ministerio de Sanidad es un cargo de relleno (repasen el elenco): “A ver, quién queda por nombrar”. Dicho l...
Artículos de opinión publicados por Agapito Gómez Villa