Ni en sus peores pesadillas oníricas habría podido soñar Salvador Illa que, sólo con el formidable pertrecho de una licenciatura en filosofía, le tocaría gestionar tan mortífera pandemia. De haberlo intuido, seguro que le habría dicho a Pedro Pablo: “Si es posible, que pase de mí este cáliz”. Ah, y menos mal que a su lado tuvo siempre a un visionario, Fernando Simón: el de los “dos casos diagnosticados” como mucho; el prosélito del funesto 8-M, 2000. A pesar de todo, con sus gafas de superman y su seriedad, el hombre no daba mal en televisión, que es de lo que se trataba. Siempre que se lea sin faltas de ortografía, claro. ¿O no? Trabajo me cuesta imaginarme en el lugar de don Salvador, a Celia Villalobos o a Leire Pajín, dos luminarias de la política patria, ministras que fueran de la cosa en su día (una de cada ‘equipo’). Con don Illa ha quedado demostrado una vez más que el ministerio de Sanidad es un cargo de relleno (repasen el elenco): “A ver, quién queda por nombrar”. Dicho lo cual, como médico, yo debería llamarles sinvergüenzas a los responsables de tales nombramientos, pero como eso se puede considerar un insulto, les llamaré desvergonzados, que es parecido, pero no es igual: ¡no tenéis vergüenza!
Y ahora vamos con los niños, o sea, políticos (muchos) y periodistas (algunos), que son como niños grandes, pero malvados. Periodistas: “Illa se va, siendo el responsable de 90.000 muertes” (lo he escuchado yo). O sea, que el virus no ha tenido nada que ver en el asunto. Hay que ser muy sectario y muy canalla para afirmar eso. Políticos: luego de pedir largamente su dimisión por incompetente, cuando Pedro Pablo lo manda a predicar el evangelio electoral a Cataluña, van y lo acusan de abandonar el barco en plena tempestad. ¿En qué quedamos? Con lo fácil que habría sido recurrir al refranero: “A enemigo que huye, puente de litio”.
En fin, que Illa se ha ido, pero no el coronavirus. Por eso, no quisiera yo dejar de ‘ajustar cuentas’ con un prestigioso ‘virólogo’ español, neurooncólogo en Houston, cuya última publicación, “Viral”, trata precisamente de eso: de los virus. Don Juan Fueyo, que así se llama, ha afirmado recién: “Es muy posible que nuestra generación sufra un apocalipsis y que un virus asesine a 3.500 millones de personas en los próximos diez años” (sic). Dos cosas, señor Fueyo: una, los virus no asesinan, provocan muertes; y dos: según modelos matemáticos muy precisos, no serían 3.500.000.000, sino 3.597.758.89 los ‘asesinados’ por el virus. De cualquier manera, serán tantos los cadáveres, que los vivos no darán abasto a enterrarlos, por lo que ha perdido usted una ocasión única para lucirse, apelando a las Escrituras: “Que los muertos entierren a los muertos” (Mateo 8:21). Se lo dijo El Maestro a uno que quería ir a enterrar a su padre. Es que Cristo, cuando se ponía, decía cosas muy crípticas.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...