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EL BALCÓN DE LUIS

Si Luis Landero hubiese principiado su andadura con “El balcón en invierno” y “El huerto de Emerson”, nos habríamos quedado sin el resto de su impresionante obra. De haber sido así, lo lógico es que hubiera hecho como Juan Rulfo, que luego de escribir “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”, bajó la persiana para siempre: por temor a que lo siguiente no estuviese a la altura. Con el balcón invernizo, glosado que fuese en estas páginas, uno creía que Landero había llegado a las más altas cumbres de la escritura. Pero resulta que no. Faltaba “El huerto de Emerson”. En verdad, en verdad, les digo que nunca había sentido la convulsión admirativa que me ha producido su lectura. Cela dijo de Neruda que es un “torrente desbordante de poesía”. Así, la prosa de Landero. Uno diría que más que a la busca proustiana del tiempo perdido, pareciera que nuestro hombre hubiese hecho suya la máxima de Baudelaire: “Ser sublime sin interrupción”. Luis no solo lo consigue de la cruz a la firma, sino que hay momentos en que lo suyo se lo escriben los ángeles, si es que los ángeles saben escribir: “La plegaria”. Jamás había leído uno algo semejante: la hondura reflexiva de un formidable talento derramado en el más prodigioso ejercicio literario. Proust le queda chico, afirmo. Lázaro Carreter les decía a sus alumnos que la mejor prosa era la de Valle-Inclán, hasta que llegó Umbral. Eso hay que cambiarlo ya (lo siento, Paco, maestro): nadie ha escrito como Landero. Nadie. Si acaso, el gran García Márquez en alguno de sus mágicos pasajes. ¿Que estoy exagerando? De eso ni hablar. En esto no me “echa la pata” ni dios, con minúscula, para estar con Luis, que impetra su plegaria al señor: “…concédeme la gracia de encontrar el nombre exacto de las cosas, de hacer poderosas las palabras humildes, interesante lo vulgar, nuevo lo viejo, y que pueda imaginar lo que nadie ha imaginado antes, y decirlo como nadie lo ha dicho nunca…”. Y el señor escuchó su súplica: nadie como Luis se ha elevado a las más altas profundidades con una pluma en la mano (escribe con pluma). La noche que le entregaron el premio que concede este periódico, me acerqué a él, y sin pensarlo dos veces, le espeté de sopetón, a modo de salutación (era la primera vez que lo veía): “Juegos de la edad tardía” será un referente en la historia de la literatura. “¡No me abrumes!”, me respondió con la más humilde abrumación. Yo entonces fui incapaz de vislumbrar que aquella era la humildad de los genios. Ni tampoco aquel lejano día en que me invitase a compartir el almuerzo de los conferenciantes, Cursos de Verano, El Escorial. Pero nunca es tarde si la escritura es excelsa: hoy he descubierto que Luis no sólo es un genio: es además un sabio, un sabio que no tiene remedio: ya tiene otra novela en el horno. Que vayan tomando nota los suecos.

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