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A PROPÓSITO DE LA LEY TRANS

A PROPÓSITO DE LA LEY TRANS Agapito Gómez de la Villa Dice Alfredo Brice Echenique que las historias interesantes sólo les suceden a las personas que saben contarlas. No soy yo la persona más adecuada para decir si he contado bien la historia que viene a continuación, pero de lo que no cabe duda es de que no carece de interés, como podrán comprobar. Siendo yo médico del entonces Centro de Cumplimiento para Jóvenes (16 a 21 años), de Cáceres, un buen día, años ochenta, me dice un compañero, de los de vigilancia: "Tienes que ir a 'ingresos', verás qué sorpresa te vas a llevar". Y tanto. El nuevo ingreso era una señorita, de muy buen ver, por cierto: en todos los aspectos, en todos. Femenina a más no poder. Como lo oyen. No entro en más detalles porque no me gusta lo de "viejo verde", aunque la expresión fuese 'redimida' por un genio, Berlanga: "Yo fui un viejo verde desde niño". En fin. ¿Que qué hacía una mujer en una prisión de hombres? Se lo pueden suponer. Se llamaba, digamos, Gabriel José (lo de Gabriel es porque era oriunda/o de Colombia). Sigamos. No pasados muchos días, una mañana Gabriel José se me presenta en la consulta: "Que quiero que me recete usted las hormonas que vengo tomando". "Es que esa clase de medicación no se da en lugares como éste", le contesté al instante, sin haberme encomendado ni a Dios ni al diablo (diablo, con minúscula; que se joda). Podría haberle dicho que lo consultaría con la inspección médica de Madrid o algo parecido, para que mi conciencia profesional quedase a salvo. Pero no fue necesario. Gabriel aceptó la situación, y sin una palabra de reproche, volvió sobre sus femeninos pasos (Boris Izaguirre a su lado era un legionario con borceguíes). Lo que está claro es que Gabriel estaba en su pleno derecho de haberme denunciado, pero no lo hizo y la cosa siguió hacia adelante. Y sucedió lo que tenía que suceder: en escasas semanas, Gabriel fue perdiendo partes de su 'condición femenina': además de perder el busto, le salió una barba calcada a la de aquel/lla concursante de Eurovisión, austriaca, Conchita Wurst creo que se llamaba. Pero nunca perdió sus modales femeninos, ni aquella manera tan sugerente de caminar. Al cabo de los años, tengo claro que Gabriel era una mujer en un cuerpo de hombre, y que hoy yo no me hubiese atrevido a negarle su tratamiento feminizante. Entonces hice lo que creí más conveniente. De habérselo prescrito, ¿imaginan lo que hubiese sido mantener a 'una joven' entre doscientos muchachos a los que le salía la testosterona por las orejas? Habría que haberla cambiado de prisión, claro es. ¿A una de mujeres? Todavía no lo tengo claro. Espero que, al haber pasado más de treinta años de aquello, mi 'delito' haya prescrito. De lo contrario, Ley Trans en mano, me veo emasculado y en prisión, esta vez como recluso. Por haber negado un tratamiento hormonal. Perdón, Gabriel: eran otros tiempos. Compréndelo.

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