¿De dónde nace un artículo?, se habrá preguntado alguna vez más de uno. De cualquier sitio, respondo yo: salvo en los que escriben toda su vida de una fuente única, la política, en cuyo caso, de haber sido yo uno de ellos, Raúl del Pozo, un suponer, me habría suicidado (es un decir) tiempo ha. Al grano.
Mira tú por dónde, el otro día, viendo el “Imprescindibles” dedicado a un sabio español (siempre hay alguno de guardia), Emilio Lledó, filósofo, escritor, profesor, va y dice una expresión que no había escuchado jamás, a nadie: “Uno nace ‘en’ una lengua”. Asombrosa manera de expresarlo, me dije. Como en casi todo, aquí también hay excepciones, claro: cuando los padres hablan idiomas distintos, y cada uno se dirige a la criatura en el propio, creando una situación parecida a la de los niños que son criados con alimentación mixta: leche materna y pelargón, aquella leche maternizada de mi infancia, que yo no tuve necesidad de tomar, que me bastó con la de mi madre. El idioma del padre sería el pelargón, claro: los varones han avanzado mucho en la igualdad de sexos, pero, que uno sepa, aún son incapaces de amamantar a sus hijos. ¿O sí?
Uno nace en una lengua, decíamos, o sea, en una atmósfera lingüística, cuyos sonidos el niño respira por sus oídos (los oídos son las narices de los sonidos), mayormente las palabras que le dice, le canta, le susurra su madre a cada instante. “¡Quiero el español de mi madre!”, gritaba en Puerto Rico el viejo Juan Ramón, idioma que él elevó a los Cielos (el español, mal que les pese a muchos, es uno de los idiomas que hablan los ángeles e incluso los arcángeles). ¿Que estoy exagerando? “Dios nació dos veces: la segunda en Moguer”, dijo Gerardo Diego. Con eso, está dicho todo sobre la lengua materna, que, por extensión, es en la que uno se cría, aprende, se educa. Cuál no será la huella que deja en el cerebro la lengua que uno mama, que podemos distinguir perfectamente a un francés, a un inglés y a un marroquí, cuando hablan en español, por muy bien que lo pronuncien. Eso de que el saber no ocupa lugar, no es verdad.
En fin, que con el fin de que no se enfaden conmigo los colegas que sólo escriben de política, incurriré en la cosa, ‘ad hoc’, por partida doble. Una: que con independencia de lo que hayan dicho al respecto los tribunales españoles, la ONU dice que el niño tiene derecho a ser educado en su lengua materna. Lo digo por el niño de Canet, cuyo idioma materno es el español, el mismo que el de más de la mitad de los escolares catalanes. La otra: yo sé que usted, doña Irene, todo lo hace en pos de la igualdad de sexos. Pero no me toque la de denominación de “lengua materna”. La del padre es el pelargón.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...