Algo gordo tiene que haber pasado. Me acabo de asomar al balcón y el personal que pasaba
por la calle no hablaba de otra cosa: de una tal Isabel de Madrid, que tiene un lío muy grande con
un casado. Cuando sepa algo más, se lo contaré. A lo que íbamos.
Se trata de los premios que les fueron entregados el otro día a la gente del cine. Por cierto, me
parece muy bien que el año que viene premien también a los encargados de que las maquinarias
para el rodaje estén perfectamente engrasadas. Y a las señoras de la limpieza, que también se lo
merecen. Pues bien, nada más empezar la gala, leo en el fondo del escenario que los galardones
son nada menos que treinta y seis: “36 Premios Goya” ponía en letras grandes, tal que semanas
atrás venía anunciando un locutor en la tele. Muchos me parecen a mí, pensé. Pero no, los
premios debieron de andar cercanos a los cien, a juzgar por la duración de la fiesta. El caso es
que, al cabo de un rato, me entero de que no son 36, sino que se trata de la edición número 36
del referido evento, lo que antes hubieran sido llamados “trigésimos sextos premios Goya”,
escritos en números romanos, XXXVI, claro, que para eso están dichos números, para conceder
prestancia a todo lo que tocan: los siglos, los papas, los reyes, etc. Total, que como es costumbre
en mí, cuando se producen estas agresiones a tantos siglos de cultura, me puse como una
pantera.
Recordarán ustedes, amables lectores, una propaganda que echan mucho por la tele,
anunciando películas españolas, en la que hablan del cine europeo y todo eso, y acaban diciendo
“Somos cine”, “Somos cultura”. ¿Es cultura cargarse los números romanos? Pa matarlos.
¿Entienden ahora el título del escrito, verdad? Ítem más: solito que me he quedado, ay, había
pensado prepararme las oposiciones para Papa. Hasta me había ilusionado con pasar a la
historia como Agapito III. Pero al ver que estos idiotas me llamarían Agapito Tres, se me han
quitado las ganas.
Total, que si yo tuviera mando en plaza, el autor de semejante tropelía no vería el sol en una
larga temporada. Hombre, no es para tanto, dirá alguno. Me estoy refiriendo a otra clase de
cárcel: la “Cárcel de Papel”, la de “La Codorniz”, aquella revista plagada de genios que hubo: “La
revista más audaz para el lector más inteligente”. Pero lo más grave de todo es que, durante el
largo lapso en que la cosa estuvo siendo anunciada en televisión -“¡Treinta y seis premios Goya!”,
decían cada dos por tres-, no haya habido nadie que le llamase la atención al autor del dislate,
con suma educación, claro: “No quiero volver a verte por aquí. Subnormal, que eres un
subnormal”.
Se sabía de antiguo que la gente del cine son unos sectarios de molde; ahora, encima, se están
volviendo analfabetos. Pa matarlos.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...