Acaba la Semana Santa o Semana de Pasión. Lo segundo, este año le toca de lleno a Ucrania (de religión cristiana ortodoxa mayoritoria), que por algo pasión, del verbo ‘patior’, significa sufrimiento, que me acuerdo yo del latín del bachillerato (perdonen el “excurso”, pero es que me parece una falta de consideración no acordarse de la ‘pasión y muerte’ en Ucrania).
Quería decirles que, en España, decir Semana Santa y decir procesiones viene a ser lo mismo, aunque los periodistas esnobistas ya no se conforman: desfiles procesionales les llaman ahora. No conozco a nadie que diga: voy a ver, un suponer, el desfile procesional del Cristo Negro, si bien tan sobria procesión no sea representativa, precisamente, de lo que quiero glosar: las bandas procesionales y sus bellas y conmovedoras composiciones, creadas “ad hoc”. Para los amantes, amantísimos, de la música, no puede haber manifestación artística más apropiada para poner en suerte el alma de los creyentes. Y de los no creyentes. La música que interpretan esas interminables orquestas itinerantes ejercen en mí el mismo efecto que produjeran sobre Stravinski, con perdón, aquella vez que visitase Sevilla en Semana Santa: “Oigo lo que veo, veo lo que oigo”, dijera ‘pasmao’. Es que no es para menos: la contemplación de esos impresionantes tronos ‘pasionales’, acompañados por decenas de músicos, cada cual con su instrumento de viento al viento. Y aquí viene lo malo.
En los años 60, en el Reino Unido nació un grupo musical que revolucionó el mundo todo: mis idolatrados Beatles, claro. A partir de ellos, el orbe se llenaría de grupos musicales (no había pueblo sin el suyo) que acabarían siendo llamados conjuntos. Y con el nombre de conjuntos hemos ido tirando durante más de medio siglo. Hasta que un mal día, a un ‘anglopaleto’, que así le habría llamado Umbral, le dio por llamar banda (uno de Radio3) a los conjuntos de toda la vida Desde entonces, la mancha se ha ido extendiendo de tal manera, que no hoy presentador musical que se precie que no incurra en tan leso pecado, del que no se ha librado ni el número uno de la radiodifusión: el hombre que entrevista a papas y reyes. De Carlos Herrera hablo.
En efecto, Carlos Herrera, prosélito principal de la Semana que acaba, que en los días previos a la misma aprovecha la menor ocasión para emitir fragmentos extraordinarios de las formidables bandas, que tiene incluso un programa dedicado expresamente a las mismas en las grandes ‘madrugás’, el mismo Carlos Herrera les decía, en su programa semanal de música pop, mayormente americana, ha acabado llamando bandas a los conjuntos de toda la vida. Vergüenza, más que indignación, me produce escuchar semejante memez de su boca. Que lo diga Malú (lo dijo en el ‘Hormigonero’), tiene un pase, pero que lo diga Herrera, “el de la Semana Santa”, no tiene perdón ni de ‘su’ Candelaria.
Un respeto a las bandas, please. Y a los conjuntos, ‘banda sonora’ de mi vida, s’il vous plait.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...