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LA INJUSTICIA Y EL DESORDEN

LA INJUSTICIA Y EL DESORDEN Agapito Gómez Villa Todo artículo que se precie, tiene que comenzar con una buena cita. Hela aquí: “Prefiero la injusticia al desorden”. ¿Que quién dijo esa barbaridad? El Cervantes alemán: Goethe. Barbaridad será, pero, a pesar de la pinta de germano extremeño que me asiste, me adhiero a ella ‘casi con violencia’, que dijera Cela en crítica ocasión. A cuento de qué viene esto. Muy sencillo. Me ponen malito los desórdenes y ni les quiero contar si van acompañados de desmanes. Diez o doce años tendría yo cuando plantasen unos arbolitos en el paseo de mi pueblo. Al día siguiente aparecieron todos tronchados. Yo entonces no sabía lo que había dicho Beethoven, “Prefiero un árbol a un hombre”, pero habría matado con mis propias manos infantiles, es un decir, a los fautores de aquel absurdo e incomprensible arboricidio. La historia se repetiría años más tardes en un paseo de Cáceres: unos canallas no dejaron ni un árbol vivo. Matarlos habría sido poco. Con semejantes premisas, se pueden imaginar lo que supusieron para mí los sucesos de Barcelona: las noches en llamas; ni un escaparate indemne; el mobiliario arrasado. Lo de los policías pateados, apaleados, humillados, mejor no comentarlo, porque corre peligro mi salud. En ésas estábamos cuando el otro día se reúnen en Madrid varios cientos de miles de personas (ganaderos, agricultores, taurinos, cazadores…) para protestar por la política del gobierno en todo lo referente al agro. Resultado: todas las papeleras indemnes y el suelo más limpio que cuando llegaron. ¿Habría sido igual con un gobierno de derechas, sindicatos de siempre liderando la protesta? Vamos anda. ¿Entienden ahora por qué quiero que gobierne siempre la izquierda? Porque no puedo soportar que haya que romperlo todo por justificada que sea la protesta. Parafraseando al autor de “El Fausto”, “prefiero las alegres incompetencias de la izquierda a los desmanes callejeros”, sentencia que espero perdure por los siglos, qué menos. Llegados a este punto, más de uno estará pensando que soy un facha. En efecto, soy un facha amamantado a los pechos de Alfonso Guerra (lactancia mixta, el biberón me lo daba Felipe). Pero ante todo soy un prosélito de Goethe. Odio a muerte los desórdenes sociales, incluso los históricos, por muy deificados que hayan sido por los historiadores: odio la revolución francesa y sus trescientos mil asesinatos (no digamos la rusa y la china, con sus atroces masacres). Y hablando de desmanes. El gobierno ha decidido cargarse la educación tal que venía haciéndose desde que Aristóteles fuese el preceptor de Alejandro Magno. Pues bien, sé a ciencia cierta de dónde viene todo. La que fuera ministra de Educación, Isabel Celaá, que recién fuese nombrada embajadora en la Santa Sede, ha sido la artífice de la cosa. Nada más aterrizar, se topó, en un muro del Vaticano, con la máxima del Eclesiastés: “Quien añade sabiduría, añade sufrimiento”. Ipso facto llamó a Antonio, perdón, a Pedro. Ya tenemos el Eclesiastés en el BOE.

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