Estoy acostumbrado tiempo ha: a aportar ideas sin percibir compensación alguna a cambio. Qué se le va a hacer. Todo lo contrario de lo que sucede a menudo, que llamas a un técnico para que te aconseje sobre una fruslería, y sólo por acercarse a tu casa te cobra un ojo de la cara. Ya durante el reinado de Ibarra (rey de la taifa extremeña, claro) fueron muchas las ideas que le di, gratis et amore, sin que tan siquiera se dignase darme las gracias nunca. Me consuelo pensando que a Arquímedes no le pagaron ni un triste dracma por descubrir el ‘principio’ que lleva su nombre, gracias al cual empezaron a flotar los barcos. Ni a Pitágoras por su teorema. Ni a Newton por la ley de la gravitación. Ni a Einstein por la teoría de la relatividad, ni por la especial (restringida más bien) ni por la general, que el Nobel se lo dieron por el efecto fotoeléctrico. En fin.
Esta vez se trata del VAR, ese invento del maligno, según algunos. Estando Militao de espaldas, Sevilla-Real Madrid, mayo 2021, de las alturas le cae el balón, rozándole una mano. Imposible toda voluntariedad. Revisada la jugada en las cámaras, aquel mínimo contacto sería considerado penalti, maldita sea. Aquella flagrante injusticia nos costaría el título de liga.
He puesto el ejemplo de Militao, pero podría haberme referido a cualquiera otro de los miles de casos parecidos. Es que, en ese aspecto, el de los penaltis cuando el balón da en la mano, y no al revés, son tantos los desmanes cometidos, que ya no saben qué hacer para solucionarlo. Fíjense a qué extremos se ha llegado, que, en la última reunión a la que fui invitado, alguien propuso lo siguiente como solución definitiva: amputar los brazos a los futbolistas, desde la articulación del húmero en el hombro. “Es el único remedio para acabar de una vez con tanta controversia”. Ante semejante locura, cuando ya estaba a punto de ser aprobada la medida, me levanté alarmado y les hice mi propuesta: sujetar ambos miembros superiores, futbolista en posición de firme, con sendas tiras de cinta americana: una a nivel de las manos y otra por encima de los codos, consiguiendo de ese modo acabar de una vez por todas con el problema, sin necesidad de amputación. Alguien adujo que, de esa manera, los integrantes de la barrera no tendrían manera de proteger sus partes pudendas en el momento del lanzamiento de una falta, que mejor sería, por tanto, atarles las manos con la cinta, una vez colocadas sobre el pubis, propuesta que no fue aceptada por lo antiestética que sería la carrera de aquella guisa. Total, que mi propuesta fue aprobada con el 95% de los votos. ¿Y qué hacemos con lo de las faltas? Muy sencillo, les dije: que se pongan de espaldas al lanzador, mirando de reojo hacia atrás.
Ahí tienen ustedes la solución. Sin necesidad de amputación.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...