No ha muchos días nos dejaba para siempre un hombre excepcional: bueno, sencillo, amable, ingenioso, educado, respetuoso, paciente, culto,... Si alguien con esas virtudes no es una persona excepcional, que venga Dios y lo vea. De Jesús Galavís Reyes estoy hablando. ¿El que escribía cosas tan ingeniosas en este periódico? El mismo. No conozco a nadie que concitase elogios tan unánimes como Jesús. Si acaso, mi adorado colega, Manuel Encinas, de quien heredé a Jesús como paciente, y como amigo, lo cual no tiene ningún mérito: Jesús era amigo de todo el que se ponía a tiro. Aquí no vendría mal lo de Alberto Cortés, cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, y todo eso. Pero yo creo que el espacio vacío es el que su falta deja en sus familiares más próximos. Los demás lo rellenamos con los recuerdos, que en el caso de Jesús no pueden ser más gratificantes.
No puedo hablar de Jesús como profesor de historia, porque nunca asistí a sus clases, pero no me extrañó nada cuando me enteré de que sus alumnos lo adoraban. Tampoco voy a hablar de su actividad como articulista: los lectores de este periódico saben de su visión absolutamente ‘original’ de todos los temas que trataba, en los que se traslucía su talento y sus muchos conocimientos, expuestos siempre con la sencillez y naturalidad que le eran consustanciales. De lo que sí puedo hablar, que para eso estoy aquí, es de su extraordinaria categoría personal. Se dice de siempre que a las personas se las conoce en las situaciones difíciles, que de fiesta todos somos estupendos. ¿Hay alguna situación más difícil que saberse afecto de una enfermedad que ‘estadísticamente’ conduce a la muerte? Pues bien, a lo largo de cuarenta y cinco años de ejercicio he podido comprobar que hay un escaso grupo de personas (la “inmensa minoría” de J. R. Jiménez) que en esas crudas, desgarradoras, horrendas, atroces circunstancias, son capaces de mantener la compostura, la cordura, la entereza. Jesús Galavís.
Y sin más que decirte, se despide con un fuerte abrazo tu ‘primo’ Agapito (es que así nos tratábamos).
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...