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EL BALÓN DE ORO

Tal que muchos de ustedes sabrán, el HOY ha tenido a bien dedicar un aceptable pedazo de su espacio-tiempo (una sola dimensión desde Einstein p’acá) a las Medallas al Mérito Colegial, Cáceres, que este año han recaído en don Carlos Martín, un lujo de la Medicina Interna, y en este particular, como médico de cabecera. Comoquiera que es de bien nacidos el ser agradecidos, vaya, pues, por delante mi reconocimiento a este periódico, ‘mi’ periódico. Para que ustedes me entiendan, dicho galardón es lo más parecido a un Goya de Honor, pues que se premia toda una trayectoria profesional. Y aquí viene al pelo lo de Unamuno (con ese apellido es listo cualquiera): “Muchas gracias por este premio que tanto merezco”. Según don Miguel, los que decían lo contrario, dejaban en mal lugar a los que se lo habían concedido. Aunque no soy el más indicado para decir si merezco o no tan importante distinción, con tal de no hacer de menos a los queridos colegas que se han dignado acordarse de mí, me apunto a lo de Unamuno. Al grano. En cuanto me comunicaron la noticia, lo primero que se me vino a las mientes fue lo del Balón de Oro, que, como muchos recordarán, me fuera concedido cuando estuve en el Bayer de Múnich. El Mouriño de turno no me quiso en el Madrid, que era mi sueño, y tuve que buscarme la vida. La sorpresa que me llevé fue más que mayúscula, teniendo en cuenta que el elenco de seleccionados no tenía nada que envidiar a los de los años triunfantes de Cristiano y Messi. Helos aquí: Rummenigge, Schuster, Platini… hasta Arconada. La sorpresa no fue sólo mía, sino de todo el mundillo futbolístico: yo no era el mejor, ni mucho menos. ¿Que por qué me lo concedieron a mí? Ahora mismo se lo cuento. Aunque aquella temporada yo había marcado 45 goles (yo era el Gento de la derecha, con perdón), lo que decantaría la decisión del jurado fue -me enteraría años más tarde- un detalle que no tenía nada que ver con lo que se cuece en el terreno de juego. Aficionado que siempre fui a la cosa de la escritura, me dio por mandar unas líneas en defensa del fútbol-base a la revista que concede el premio, France Football, que fueron muy bien valoradas por los jefes de la publicación. O sea, que ya me entienden. Pues eso es exactamente lo que creo que ha pasado con mi Medalla Colegial. En efecto, pocas semanas ha, este periódico me publicó un artículo en el que yo hacía una defensa a ultranza del fútbol-base, perdón, de la medicina-base, de la medicina de cabecera de toda la vida, de tantísima trascendencia socio-sanitaria. Seguro estoy de que eso fue lo que inclinó la balanza a mi favor. A cuento de qué, si no, habiendo compañeros que lo merecían más que yo. ¿Falsa modestia? De eso nada. (Post scriptum: gracias a todos los integrantes de la Junta Directiva del Colegio de Médicos de Cáceres.)

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