Aquí llevo más de media hora, sin saber por dónde empezar. No sé si decir primero que los incendios me producen desde siempre una pena/tristeza profunda, o principiar diciendo que, en lo más hondo de los atávicos sentimientos que rigen la territorialidad, me cuesta trabajo encontrar diferencia entre España y Portugal. Me explico: en mi ‘idea’ de España, el mejor país que ha dado la historia, sin duda, va siempre incluida Portugal. “País hermano” a mí se me queda corto.
Lo de la pena/tristeza viene de lejos: cuando jovenzano, en cuanto tocaban las campanas a fuego, salía corriendo a apagar un humilde rastrojo: ustedes no saben lo duro que es ver a los pájaros abandonando sus casas. Mi sentimiento hacia Portugal es algo que no sabría explicar: me pasa, con perdón, como a San Agustín con el tiempo: “Sé lo que es, pero si me lo preguntan, no sé explicarlo”. A lo que vamos.
Leo en este periódico que, según la Aemet, los cielos de Extremadura se oscurecerán debido a los incendios de Portugal. Se pueden imaginar cómo me he quedado: incendios y Portugal en el mismo envoltorio. Si a eso le añadimos las siete víctimas mortales, apaga y vámonos. Ya nos gustaría. Lo cual que me veo obligado a ‘desconectar’ del asunto para no pasar el día apesadumbrado. Desconectar: hace años, cuando la voracidad de los incendios le tocó a la Comunidad Valenciana, el Consejero de la cosa, ingeniero forestal o algo similar (los ingenieros tienen una formación muy superior a la media, dicho sea de paso), dijo algo que me arregló aquel verano: “Los incendios forestales forman parte de la ecología mediterránea”. Y me quedé como más tranquilo. Pero aquello ya no me sirve. Cuatro décadas después, los avances técnicos son capaces de retorcerle el pescuezo a la ecología, siempre que se ponga toda la carne en el asador, y nunca mejor dicho lo del asador.
Leo, asimismo, que varios países europeos han enviado ayuda para combatir las llamas vecinas. Por ahí tendríamos que haber empezado. No una semana después. Me siento ciudadano hispano-portugués, pero también me siento ciudadano europeo, y como tal, considero que, a este respecto, el de los incendios forestales, ya va siendo hora de que la Europa Comunitaria haga suyo todo lo que acontece en su territorio. No ha muchos días, cuando los fuegos asediaban Atenas, me dieron ganas de llorar: de ira. Me parece inconcebible que a estas alturas de la liga, las administraciones europeas no hayan auspiciado una política común contra los grandes incendios. ¡El árbol es una máquina que se alimenta de agua y CO2!
Al final, me quedaré con lo que un día dijera el gran Joaquín Araújo, nuestro vecino de las Villuercas: “La masa forestal de nuestro país ha crecido, a pesar de los incendios” (a propósito: parece que en España se están haciendo las cosas bastante bien, toco madera). Espero y deseo que los bosques portugueses, si no han crecido, al menos no hayan mermado demasiado.
¡Europa contra los fuegos, ya!
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...