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LA UNIVERSIDAD Y MIS DISGUSTOS

Últimamente, de la Universidad sólo recibo buenas noticias. Yo creo que las autoridades docentes tienen que haberse enterado de los disgustos que me habían dado recién. Siguiendo a Terencio, nada que se refiera a la misma me es ajeno, tan alto es el concepto que tengo de la institución (por eso la escribo con mayúscula). Hablando de disgustos, nunca me cupo en la cabeza que hiciesen encargada de una cátedra a mi ‘prima’ Begoña, y mira que los Gómez somos una piña. Es que mi parienta no había pisado un recinto universitario en su vida. A mi hermano Pedro y a mí nos tuvo siempre mucha envidia: “de padres analfabetos, encima”, nos decía. <<‘Veras’ estudiao>>, le contestábamos. El otro disgusto, más gordo aún, fue lo de Pablo. En efecto, lo de Pablo es para echarle de comer aparte: sólo con imaginármelo de profesor de la Universidad, se me revuelven las tripas. Parto de la base de que, sin saber por qué, hay individuos que no te entran ni con un cachito de pan (lo del cachito de pan se lo dijo al médico una viejecita que no sabía por dónde aplicarse los supositorios). Desde el primer momento, su sola presencia me resultó repulsiva (con Zapatero me sucedió lo mismo, y no me equivoqué). Jamás he podido soportar a esos personajes que basan todos sus saberes -¡y viven de ello!- en cuatro filósofos casposos. El profesor Iglesias, sin ir más lejos (perdón por el oxímoron). Ni Pablo podía llegar a más, ni la Universidad a menos. Pero bien está lo que bien acaba. Así es: a mí ‘prima’ la han mandado pa casa (lo siento, Bego, pero lo tuyo era mucho cante), y a Pablo tres cuartos de lo mismo; vamos, que según parece no le van a renovar el contrato o lo que sea. En el caso de Pablo hay un par de cosas sobreañadidas que lo convierten en insoportable, de todo punto. Se trata de sendas declaraciones, que sólo por ellas, el personaje pasa de repugnante a abominable. Una: “Vosotros los de la eta sois los únicos que entendisteis bien la Transición”, dijo en una “herriko” taberna, cuando ya llevábamos varias décadas de elecciones democráticas. O sea, que según Pablo, fueron necesarios cerca de mil muertos, asesinados, para entender la Transición como Dios manda. Pa matarlo directamente: a Pablo. Y dos: “Me emociona ver cómo unos manifestantes patean a un policía”. Si esto no estuviera grabado, les aseguro que me hubiese costado trabajo creérmelo. Pero sólo he tenido que buscar en internet y allí me he encontrado a Pablo predicando el evangelio de la emoción ante las patadas a un agente de policía caído en el suelo. Cómo es posible que haya sido profesor de la Universidad un individuo con esos antecedentes. Mucho me temo que a Pablo le hubiese gustado ser Toni Negri, el ideólogo de las Brigadas Rojas, o Abimael Guzmán, el mentor de Sendero Luminoso. Por eso me alegro de su ‘expulsión’ de la Universidad (yo lo expulsaría de España).

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