Arrecia
el vendaval, el futbolístico, aclaro, que el otro, el meteorológico, se bate en
retirada, luego de haberle hecho la pascua, un año más, a la otra Pascua, la de
Resurrección, vamos, a la Semana Santa. Les está bien empleado: por no hacerme
caso. La última vez que estuve en Portugal, país que adoro, no vi un solo
televisor que no estuviese echando fútbol. Mal asunto, pensé. Aquí, llevamos el
mismo camino. Aquí, dentro de nada, hasta los telediarios serán solo de fútbol.
Ya les queda poco. Como les dé al Madrid y al Barça (un respeto al primero) por
pasar a la final de la Copa de Europa, no solo se apoderarán de los
telediarios, sino que lo harán hasta de la misa dominical y matutina. Al
tiempo.
¿Que se nota que no me gusta el fútbol? ¿Quién
ha dicho eso? Que levante la mano. Si no me gustase, no entendería del
particular, y fíjate si entiendo, que, siendo como soy doctrino del Real Madrid,
puedo afirmar y afirmo que Xavi e Iniesta son la mejor pareja de
centrocampistas de la historia futbolística mundial (con permiso de Guti,
cuando no se le iba la olla). Los únicos tíos, sí, capaces de hacerle la picha
un lío a los tarzanes más chulitos. Lo que yo te diga a ti. Si no entendiese de
fútbol, ¿tú crees, amable y paciente lector (lo de paciente es por mi otra
profesión), que me habría buscado Florentino? Pues sí, me llamó Florentino. Como
te lo cuento. Lo he mantenido en secreto porque soy un hombre discreto, pero
visto lo que le pasó el otro día a Javier Clemente con un periodista (que
conste que no apruebo lo de llamarle sinvergüenza y tal), he decidido contarlo.
Hace unos meses, cuando las cosas no iban muy bien en el vestuario, cuando el enfrentamiento entre Casillas y
Sergio Ramos con Mouriño y todo eso, una mañana, recibo la llamada de mi amigo
Florentino: “Agapito, tienes que hacerte cargo del equipo. Tú eres la persona
que necesito. No solo sabes de fútbol como nadie, sino que eres un buen
psicólogo para el trato con los jugadores, además de médico, por si acaso”. “De
acuerdo, Florentino”, le dije. “Pero con una condición: que me exoneres de las
ruedas de prensa postpartido; de esa sarta de bobadas, infantiladas, chorradas
y obviedades varias que se le preguntan a los entrenadores. Es que me conozco
muy bien y sé que voy a liarla a las primeras de cambio. A mí me viene uno
hablándome del “control orientado”, o de por qué no puse un ‘centrocampista
llegador’, o preguntándome por qué fulanito no ‘ingresó’ antes en el terreno de
juego, como si el césped fuera un hospital, o una academia, y ríete tú de lo del
dedo de Mouriño en el ojo ajeno”. “Hombre, Agapito, es que detrás de todo eso,
nunca mejor dicho, hay mucha publicidad, o sea, mucho dinero”. “Te entiendo, Florentino,
pero yo no estoy dispuesto a que me traten como a un imbécil. Es más, si me
concedes lo que te he dicho, por nuestro equipo, trabajo gratis si es necesario”.
Así fueron las cosas y así se las he contado. (Pido perdón por la grave
metedura de pata del domingo pasado: no existe el solsticio de primavera, existe
el equinoccio.)