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Mostrando entradas de diciembre, 2012

Un tren lento, por favor

   El viaje al Perú (país de tantos atractivos no he visto en mi vida) me ha dejado marcado para los restos: me sale por todas partes. ¿Tendrá algo que ver el ser extremeño? Quién sabe.     En la China acaba de estrenarse el AVE más largo del mundo, el cual recorrerá 2.300 km en algo menos de ochos horas. De inmediato, me viene a la cabeza la historia que podrá leerse a continuación.     Poco después de la amanecida, un furgón nos conduce por las estrechas calles del Cuzco, hasta la estación del tren que nos llevará al poblado de Aguas Calientes, en las hondonadas del Machu Picchu. El viaje durará tres horas, se nos dice por la megafonía. “La distancia a recorrer es de 90 km”. ¡Noventa km en tres horas! Sí, señor. ¿Y qué prisa tenemos? Ninguna. A uno siempre le ha encantado viajar en tren (incluso en autobús): para poder ir contemplando la película que proyectan por las ventanas, o sea, el paisaje y el paisanaje. Pero lo de este viaje es...

Misa funerario-rociera

    Lo publicó el otro día este periódico: la mitad de los asistentes abandonan una misa de difunto (la de los nueves días) al encontrarse en el templo un coro rociero. Sucedió en una parroquia de Cáceres. Me imagino las caras de los familiares del finado, 58 años, al escuchar los alegres cantos de las guitarras sureñas.   Esa misma intención, abandonar el acto, tuve yo, años ha (lo glosé en estas páginas), el día que fuéramos recibidos a los acordes de “qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor”, momento en que entraba en la iglesia el féretro con el cuerpo de mi tío Antonio, 45 años en flor, diez más que yo: el hermano mayor que no tengo. Indescriptible, en verdad, nuestra alegría, al oír referido cántico.   Ahora bien, el día que más desasosiego he sentido a ese respecto fue en el sepelio de un joven de catorce años, larga y atroz enfermedad, cuando el coro comenzó a entonar el ‘Aleluya’. Convencido como estoy de la existencia del inc...

Puerto Hurraco en Connecticut

  Cuando se escribe una vez a la semana, no crean que es sencillo decidirse por el tema, habiendo tanto material. Sin embargo, esta semana lo tenía claro. En efecto, lo tuve clarísimo desde que el otro día me topé con la siguiente noticia: según Intermón Oxfam, “España tardará 25 años en recuperar el bienestar”. Toma ya alegría. Y para rematar el cadáver: “el 38% de los españoles será pobre en 10 años”, o de otra manera más temerosa: “en riesgo de exclusión social”. Siempre, eso sí, que no se corrijan las medidas de austeridad y los recortes sociales. Ahí queda eso.    A uno, la verdad, lo que más le ha dolido es lo de la exclusión social. Resulta que yo fui un excluido social durante todos los años, bastantes, en los que no tenía donde caerme vivo (muerto se puede uno caer en cualquier sitio y a ver quién te dice nada), que por no tener, no tuve nunca ni regalo de reyes, sí, qué pasa; bueno, salvo la trompeta aquella de plástico que me regalaron un verano mis tíos...

La misa en el valle del Colca

  Y allá que nos fuimos carretera arriba, flanqueados por decenas de cruces post mortem, como te lo cuento, hasta llegar a los 5.000 metros de altitud, desérticas mesetas andinas, de llamas, vicuñas y alpacas, con sus niños pastores y todo, estas últimas. Nos dirigíamos al valle del Colca con el fin de presenciar, a la mañana siguiente, el vuelo del mítico cóndor, que aprovecha las corrientes térmicas para ascender desde los abismos del gran cañón del mismo nombre, el cañón del Colca, profunda falla geológica labrada por una convulsión sísmica. Asimismo, llevábamos la intención de visitar alguna de las iglesias de las aldeas del lugar (una docena), construidas que fueran durante el virreinato español, y restauradas recién con los dineros de la cooperación española, bajo los auspicios de doña Sofía, según nos contase un curita heroico, que hay que ser un héroe para ejercer de tal en tan recónditos lugares: todos los pueblos del valle para él solito.   Chivay se llama el ...

Lima la horrible

                                                     "LIMA LA HORRIBLE" Así titula uno de los capítulos de su obra autobiográfica, "El pez en el agua", Mario Vargas LLosa. No es para menos. Si yo hubiera vivido lo que el vivió a manos de aquel canalla loco que era su padre (donde pone canalla, caben otros epítetos, alguno de los cuales comienza por hache), hubiera llamado algo más que horrible al lugar, aunque se tratase de Utopía, la ciudad aquella, tan utópica, que idease Tomás Moro. Un niño que presencia cómo su padre maltrata a su madre y lo martiriza a él mismo, tiene derecho a llamar horrible al mismísimo Machu Picchu, la maravilla del mu...