Cuando se escribe una vez a la semana, no
crean que es sencillo decidirse por el tema, habiendo tanto material. Sin
embargo, esta semana lo tenía claro. En efecto, lo tuve clarísimo desde que el
otro día me topé con la siguiente noticia: según Intermón Oxfam, “España
tardará 25 años en recuperar el bienestar”. Toma ya alegría. Y para rematar el
cadáver: “el 38% de los españoles será pobre en 10 años”, o de otra manera más temerosa:
“en riesgo de exclusión social”. Siempre, eso sí, que no se corrijan las
medidas de austeridad y los recortes sociales. Ahí queda eso.
A uno, la verdad, lo que más le ha dolido es
lo de la exclusión social. Resulta que yo fui un excluido social durante todos
los años, bastantes, en los que no tenía donde caerme vivo (muerto se puede uno
caer en cualquier sitio y a ver quién te dice nada), que por no tener, no tuve
nunca ni regalo de reyes, sí, qué pasa; bueno, salvo la trompeta aquella de
plástico que me regalaron un verano mis tíos los de Francia y mi madre la ‘jondeó’
en el armario hasta el 6 de enero siguiente; lo cual no fue óbice ni cortapisa
(posiblemente porque por aquel entonces yo no sabía lo que era un óbice ni una
cortapisa) para que yo fuera un niño que estaba siempre contento y cantando,
por Manolo Escobar, mayormente. ¿Puede ser calificado como excluido social un
niño que se sabía todas las canciones de Manolo Escobar? Vamos anda. A
propósito, señores de Intermón, como les veo un punto descolocados con eso de
la “exclusión social”, les voy a decir una cosa por boca prestada, la de
Antonio Muñoz Molina, un escritor sabio, por si no lo conocen: “Un niño
necesita poco para ser feliz: sólo un poquito de cariño en su entorno”. Eso yo
lo tuve a esportones. Por eso no me ha gustado nada que me llamen “excluido social”. Lo de pobre, se lo admito, pero
lo otro: lo otro me ha herido profundamente, con lo sensible que uno es para
las cosas de la infancia. ¿Que estoy haciendo un canto a la pobreza? Calla
hombre, calla. Lo que estoy haciendo es intentar desdramatizar el drama de
muchas familias, que teniendo lo suficiente para no ser infelices, ustedes
están contribuyendo a que lo sean con sus dramáticos comunicados. La culpa no
la tienen ustedes, claro. La culpa la tienen los medios de comunicación, que hacen
un flaco favor a la sociedad, haciéndose eco de cosas como esa. Pero hombre, si
hasta los bien instalados están acojonados.
De eso, de lo que precede, es de lo que
hubiera querido hablarles esta semana. Pero el hombre propone y los locos
disponen. Cuando ya lo tenía todo pergeñado, va y salta la noticia: Puerto
Hurraco triple en Connecticut (el titular es mío). Lo de triple es porque nueve
por tres son veintisiete, que veintisiete son las muertes que el loco de turno
ha provocado, antes de suicidarse, con lo bien que hubiera quedado si hubiera
empezado al revés. (Dedico el titular de esta columna a Javier Pradera,
q.e.p.d, creador del “socialismo de Puerto Hurraco”, y a todos los informadores
que achacaron lo de los hermanos Izquierdo al subdesarrollo de Extremadura.
¿Hay mucho subdesarrollo en Connecticut?).