El viaje al
Perú (país de tantos atractivos no he visto en mi vida) me ha dejado marcado
para los restos: me sale por todas partes. ¿Tendrá algo que ver el ser
extremeño? Quién sabe.
En la China
acaba de estrenarse el AVE más largo del mundo, el cual recorrerá 2.300 km en
algo menos de ochos horas. De inmediato, me viene a la cabeza la historia que
podrá leerse a continuación.
Poco
después de la amanecida, un furgón nos conduce por las estrechas calles del
Cuzco, hasta la estación del tren que nos llevará al poblado de Aguas Calientes,
en las hondonadas del Machu Picchu. El viaje durará tres horas, se nos dice por
la megafonía. “La distancia a recorrer es de 90 km”. ¡Noventa km en tres horas!
Sí, señor. ¿Y qué prisa tenemos? Ninguna. A uno siempre le ha encantado viajar
en tren (incluso en autobús): para poder ir contemplando la película que
proyectan por las ventanas, o sea, el paisaje y el paisanaje. Pero lo de este
viaje es otra cosa. Es el espectáculo más grandioso que uno ha visto en su
vida. Impresionante lo del Machu Picchu, sí; pero el viaje no le va a la zaga. La
vía transcurre a la vera de un río, el Urubamba, de cauce cada vez más profundo,
angosto y retorcido a medida que vamos descendiendo, escoltados de cumbres
alpinas, cargadas de nieve las más aventajadas, cuyo esplendor se puede
contemplar gracias a que el techo del vagón es de cristal. Ah, y gracias a que
el tren, por respeto a la orografía, tiene prohibido circular a más de 35
km/hora. Aquí es adonde yo quería llegar.
Hemos
cogido tal vicio por la velocidad que nos hemos olvidado de una cosa muy
antigua y muy bonita: que lo importante no es la meta, sino el camino. Cada dos
por tres leemos en los periódicos que Extremadura no tendrá AVE hasta bien
avanzado el siglo XXII (como muy pronto), que nos tendremos que conformar con
trenes que circularán como mucho a 200 por hora. A esa marcha, tan ‘lenta’, el
viaje al Machu Picchu duraría un santiamén, con lo cual, el viajero perdería la
grandiosidad que ahora puede ser contemplada. Adónde quiero llegar. Quiero
llegar a que España en general, y Extremadura en particular, atesoran una formidable
belleza paisajística que merece, si no un tren como el del río Urubamba, al
menos uno cuya velocidad permita disfrutar de tantísima hermosura, a la diestra
y a la siniestra. ¿Habrá acaso en algún museo del mundo un cuadro tan bello
como el otoño del valle del Ambroz? Vamos anda.
Que sí, que
están muy bien los trenes de alta velocidad para los que tienen mucha prisa. (Sería
muy deseable, sobre todo, que los aviones tardaran menos en cruzar el Atlántico:
total, una vez que estás arriba, te da lo mismo lo que haya debajo.) Pero no
estaría nada mal que nos dejaran algún trenecito no tan ligero, a los que nos
gusta ver las pinturas del campo en vivo y en directo, o sea, enmarcadas por
las ventanas del vagón, mucho más bonitas que las expuestas en cualquier museo,
dónde va a parar (sí, ya sé que en el Perú hay mucha pobreza, pero les aseguro
que yo no tengo la culpa).