Por un artículo publicado en estas páginas,
la Sociedad Española de Medicina Geriátrica, gracias a su presidente, profesor J.
F. Macías Núñez, me acaba de dar un nombramiento honorífico, el mismo que le ha
sido concedido al actor Juan Antonio Quintana, un ‘señor mayor’ que habrán
visto en la tele y que prestó su ayuda para un vídeo sobre la atención al
anciano. Lo mío ha sido, ya digo por un artículo encomiástico sobre una
especialidad médica como la copa de un pino: la geriatría (cuatro años de
formación MIR). Y aquí estoy, en Pamplona, sede del cónclave geriátrico, tan
contento con mi flamante galardón. Gracias por su felicitación. Pero lo mío es
lo de menos. Lo “de más” es que sigue lloviendo sobre mojado.
Resulta que acaba de publicarse que España es
el segundo país de Europa en esperanza de vida, lo que, traducido al román
paladino, quiere decir que España es un país donde hay muchos viejos. Y más que
va a haber. Pues hete aquí, en habiendo unos profesionales hechos a la medida
del anciano, andan éstos, los geriatras, perdidos en un limbo en el que no
escasea ni el pesimismo: de una parte, por la incuria/torpeza/ceguera de la administración;
y por la otra, una cierta sensación de infravaloración desde las especialidades
colindantes, por las cuales se sienten preteridos, cuando no ninguneados. Como
si cada una no tuviera su ámbito: clarísimo en el de la geriatría. A este respecto,
yo debo de ser un bicho muy raro: jamás se me ha pasado por la cabeza poner en
duda la importancia de ninguna especialidad médica.
Para no andar dándole más vueltas: ¿usted se
imagina a un niño tratado por alguien que no sea pediatra? Pues bien: los
geriatras, que son los pediatras de los viejos, están postergados.
Lo de la administración es para echarle de
comer aparte: qué sabrán ellos, en su primitivismo, que decía un profesor de
Salamanca. Está demostrado por activa, por pasiva y por perifrástica, que el
viejo, en manos del geriatra, a más de recibir una atención holística (al
diccionario), o precisamente por eso, genera menos costes, dónde va a parar. Pues
ahí tienen ustedes: por creer que ahorran dinero no creando unidades de
atención geriátrica, multiplican por mil el gasto sanitario. A no ser que algún
vivales malintencionado, no lo creo, se haya dado cuenta de que los viejos en
manos de los geriatras viven más años, con lo cual se alarga el tiempo que hay estar
pagándole la pensión. No lo creo, ya digo.
Yo sé que el asunto es cuestión de tiempo,
que, a no tardar mucho, los burros de la administración acabarán cayéndose de la
burra. Quién hubiera dicho hace unos años, que habría pediatras hasta en el
medio rural. Lo mismo sucederá con la geriatría. De balde lo hemos de ver.
Mientras tanto, se está perdiendo un tiempo precioso, y muchos recursos:
humanos y de los otros.
Post scriptum: cuando yo sea viejo, quiero
que los trastornos de la marcha me los trate un geriatra; y que me programe
ejercicios para prevenir las caídas/fracturas; y que me ayude a que el inevitable
deterioro cognitivo me llegue lo más tarde posible; que de los problemas de la
ancianidad, el geriatra es el que más sabe, que para eso ha estudiado.