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Una guitarra y un Cristo


       Un cura irlandés monta el pollo cuando oficiaba una boda, y a continuación incendia las redes sociales, al cantar el Aleluya de Leonard Cohen, enterito y a todo pulmón. La noticia no es tanto por la canción, obra de un curita laico, Cohen, sino porque el señor sacerdote canta que te mueres (detesto la escatología, en su versión repugnante). El Aleluya de Cohen es, no podía ser de otra manera viniendo de un místico, una canción que pegaría bien en cualquier templo del mundo, pues que parece pensada para ello; mucho más apropiada, dónde va a parar, que las adaptaciones litúrgico-guitarreras de Dylan, Simon y Garfunkel, los Beatles et al, con las que algunos jóvenes (y ‘jóvenas’) obsequian a la feligresía, so capa de modernez: ya saben, las célebres “guitarras parroquiales” que dijese Alfonso Ussía. Como si a la iglesia no le sobrasen partituras musicales espléndidas para cualquier cometido.

   Lo del cura irlandés me ha venido al pelo: hoy precisamente tenía yo pensado hincarle el diente a un asunto parecido.

   Los hechos sucedieron justo hace un año, día más, día menos. En esto que, recién salidos de un concierto de música sacra (perdón, una gala; conciertos son los que da la Pantoja), iglesia de Santa María, Cáceres, junto al Arco de la Estrella nos topamos con un pequeño tumulto en actitud de espera, y en la atmósfera, un silencio con olor religioso: el silencio que acompaña a toda procesión que trascurre, nocturna, por la ciudad monumental. Se trataba, sí, de una novísima y minoritaria procesión, casi furtiva, Cristo yacente y único, que descendía con severo recogimiento por la calle de los adarves. No puede ser, pensé, incrédulo, cuando intuí que escuchaba los primeros acordes de una guitarra. Será algún aficionado, ajeno al evento, me dije: razonamientos que produce la mente, cuando no da crédito a lo que tiene delante. Sí puede ser, comprobé, estupefacto, al darme de bruces con la certidumbre: un joven le cantaba algo al Cristo ensangrentado, a los acordes alegres de una guitarra.

   El otro día, en este periódico, alguien dijo algo muy cierto: “El marco de La Semana Santa de Cáceres no lo tiene ni Sevilla”. Eso es una verdad como un templo. Pues bien, ni en la sevillana y festiva Sevilla, cuya Semana Santa es la más impresionante (que impresiona) manifestación religiosa en la calle del mundo, pegaría ni con el pegamento de la gotita una guitarra en sus procesiones. Ya me dirá usted lo bien que queda una guitarra nocturna tras un Cristo, en el barrio antiguo de Cáceres, sacrosanto recinto que parece pensado para procesiones de llagas medievales. Ni la guitarra del mismísimo Paco de Lucía, que jamás se atrevió a hollar con sus celestiales manos la música de la Semana Santa, hubiera quedado acorde (en el doble sentido) en el entorno monumental cacereño.  

  Señor obispo, yo no sé si el asunto de las procesiones será o no de su episcopal incumbencia, pero algo podrá usted hacer, digo yo. Sí, ya sé que no soy de los cristianos de ‘alante’ para andar quejándome por cosas así. De acuerdo. Pero como miembro que soy de la iglesia por el bautismo (no he apostatado), le ruego ponga coto a semejante atentado a la tradición. Si hay que innovar, mejor lo de Leonard Cohen. Muchas gracias.

 

   

      

 

               

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