Aquellos afortunados que me siguen
semanalmente, habrán podido comprobar que los acontecimientos siguen dándome la
razón: si Brasil saliera campeón (valga el argentinismo), sus jugadores serán
glorificados hasta la santificación, pero no se olvide que pasaron a cuartos
gracias a la lotería de los penaltis. La suerte y el fútbol, o sea.
En realidad, de lo que yo quería hablarles
hoy, al hilo del evento futbolístico mundial, es de otra cosa, de otras cosas.
Acabo de ver el comienzo del Argentina-Bélgica, y me he fijado en dos detalles:
en los niños y en los himnos.
Los niños. Como es costumbre, cada jugador
hace el paseíllo llevando de la mano a un niño, igual que se lleva una bolsa de
viaje, tal es el caso que les prestan. No obstante lo cual, imagino la ilusión
que les debe de hacer a los jovencitos. A la vista del hecho, tiempo ha se me
ocurrió una idea que, dicho sea de paso, cosechó un fracaso rotundo: propuse,
sí, que cada torero, banderillero y picador saltase a la arena llevando de la
mano a un niño (mayor de catorce años, claro). Creo que fracasé, ya digo, por
no ser el fútbol y los toros ‘magnitudes’ comparables, no sé si me entienden. El
fútbol es un deporte, mientras la tauromaquia es una taumaturgia, que no sé qué
significa, pero no me digan que no queda bonito, sea cual fuere su significado.
Pero yo sigo en mis trece. ¿Por qué no ‘traspolar’ (así diría una presentadora
de belleza exótica) el paseíllo con niño a otros deportes? Al ciclismo, por
ejemplo: cada ciclista se acercaría a la salida acompañado de un niño montado en
bicicleta pequeñita. O al atletismo: cada atleta accedería al estadio… ¿Y por
qué no al exitoso mundo del motociclismo? O al automovilismo: el niño acudiría
pilotando uno de esos cochecitos en los que aprendió a correr Fernando Alonso. O
al tenis: anda que no le haría ilusión a un niño caminar de la mano de Nadal. Y
así todo seguido.
El himno. Lo del himno es otro cantar. Que la
interpretación de los himnos al comienzo de los partidos de selecciones es una
de las cosas más ridículas del mundo, es algo que tengo dicho por activa, por
pasiva y por perifrástica. El himno nacional, de cualquier país, me sigue
pareciendo, a pesar de su obsolescencia (son cosa de un pasado belicista), algo
muy importante para arrastrarlo por esos estadios de Dios. Pero como veo que no
me hacen caso, propongo solemnemente lo siguiente: que el himno de cada
contendiente sea interpretado al comienzo (no al final) de todas y cada una de
las actividades deportivas de relieve internacional: de cada prueba ciclista,
de cada salto, carrera,…olímpicos; de cada prueba de motos y de coches; de cada
partido de tenis. ¿Por qué en el fútbol sí, y en los otros deportes no?
Y ya para acabar, señores de la FIFA: ¿qué
pensaría el niño que ‘portó’ Luis Suárez cuando viera lo del mordisco?, ¿o el
que fue de la mano del que le rompió los costillares a Neymar? A qué altura
quedó el himno de sus países. Ustedes mismos.
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