Cada vez que salen a relucir las
fascinaciones, me viene a las mientes una rotunda frase de “Crónica de una
muerte anunciaba”: a cierto personaje, “le fascinaban los fastos de la iglesia”.
A uno también le fascinan los fastos eclesiásticos, pero tiene además otras dulces
fascinaciones, a caballo entre la memoria, ese prodigio de la evolución, y lo
real (“lo tan real, hoy lunes”, que dijera Aleixandre). A uno le fascina, sí,
tocar con los propios ojos las cosas que aprendiera en el bachillerato. Se pueden
imaginar lo que supuso darme de bruces con la iconografía de aquellos libros:
viaje a Grecia, viaje a Egipto, etc. Bien.
Fue el caso que, no ha muchas semanas,
viajando por el norte de Italia, veo en un cartel: lago Como. De repente, me
vienen a las mientes los tres: Mayor, Como y Garda, que así venían en el libro.
Yo no me voy de aquí sin acercarme. De camino al lugar, en tren, me encanta
viajar en tren, se me cierra otro de los círculos de la memoria: por aquí pasaba
los veranos uno de los grandes del columnismo, Jaime Campmany. A ver si se te
pega algo, pensé. Creo que no hace falta que les diga que se trata de un entorno
de asombrosa belleza (la palabra hermosura no acaba de salirme). La fascinación
era pues doble, o triple: el encuentro del libro con el presente, la nostalgia
del tiempo ya ido, qué sé yo. Con que este es el lago Como, musité al verlo.
¿Que dónde está la sorpresa? Tranquilos, hay
tiempo. Luego de dar una larga y pausada vuelta por las lujosas orillas,
decidimos hacer un alto en el camino para tomar un refrigerio. En esto que
viene mi hija y me dice: ¿a que no sabes quién es ése? Pues no, pero se parece
a un alto magistrado español que cogieron el otro día a lomos de una moto
despeinada. ¡Es George Clooney! Ah, claro, sí, que tenía una mansión a orillas
de este lago, que se la compró cuando era novio de Elisabetta Canali, esa joven
italiana tan vistosa.
Total, que ni corto ni perezoso (no me corto
un pelo ante nadie), me levanto y me voy a por él, y con las cuatro palabras de
inglés que sé, le digo lo que se dice en estos casos: que le admiro mucho y
todo eso. Y cuando se entera de que soy español, va el tío y me pregunta, en
inglés, claro, que cómo va el asunto de Raquel Mosquetera con los dos novios nigerianos
que se han pegado en público. Con cara de absoluta incredulidad, le digo,
Mosquera, se llama Raquel Mosquera: pues parece que ha sido una especie de
montaje, Mr. Clooney. ¿Y cómo va Isabel Pantoja con el problema de su hija y el
marido de su hija? Yo la verdad, no podía dar crédito. Y va y me pregunta
también por Paquirrín. Y sigue con Ortega Cano, que ya sé que está preso, y que
además tiene problemas con su hijo, que le ha salido rana. Y así, un buen rato,
interesándose por toda la intelectualidad patria, y yo sin salir de mi asombro.
¿Y usted, Mr. Clooney, de qué los conoce? Hombre, son compañeros del programa
“Corazón, Corazón”: salimos casi todos los días. Ah, claro.