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Un genio en una pensión


 

    El otro día fallecía el gran Saza, a los 89, o sea, prematuramente, que hoy el que no llega a los 90 no es nadie, que por algo somos el segundo país del mundo en esperanza de vida, lo digo para los profesionales del catastrofismo. Minutos después de enterarme de su muerte, oh casualidad de casualidades, salta la liebre. El primer paciente de esa mañana va y me dice: “Estuvo hospedado en la misma pensión que yo, la pensión Carretero, en la plaza mayor, un verano (años cincuenta) que tuve que quedarme aquí, en Cáceres, preparando unos suspensos. Me acuerdo que eran tres: uno de ellos actúa con él en una película que dice algo del cielo. Los llamaban los cómicos”. “Espérame en el cielo”, añado yo. Un genio en una modesta pensión. Nada de hotelito ni otros excesos. O sea que no andábamos muy lejos de “El viaje a ninguna parte”, esa obra cumbre: no he sido capaz de averiguar a santo de qué, Carlos Lemos, premiado que fuera con todos los premios nacionales, tuvo su cuartel general una larga temporada en mi pueblo, siendo yo muy niño. Lo cual que, admirador irredento de los grandes talentos, habría dado una mano por haber sido yo el de los suspensos.

  Dios nos libre del día de las alabanzas, dice el dicho. No así en el caso de Saza, pues que todas las personas con un mínimo de sensibilidad llevamos siglos comentando asombrados la genialidad interpretativa del cabo Gutiérrez, ¡viva el cabo santo!, de la no menos genial “Amanece, que no es poco”, cinta de la que me cabe el honor de haberle dedicado más de una columna, tiempos en que los críticos le daban la calificación de tres estrellitas sobre cinco, que santa Lucía que les conserve la vista.

   Los críticos. Los críticos crearon el ‘Landismo’ como pudieron haber creado el ‘Sazismo’ o ‘Sazatornismo’ que suena mejor. Inventaron el ‘Landismo’ como forma menospreciativa de calificar aquel cine, tan peculiar. Pero resulta que, tiempo después, al máximo representante de aquellas vilipendiadas películas le es concedido el más grande galardón cinematográfico del mundo, de más categoría que cualquier Oscar: el de Cannes, por los “Santos Inocentes”. ¿Acaso Alfredo Landa fue genial sólo en dicha obra? Calla, hombre, calla. Alfredo Landa era un actor extraordinario en todas y cada una de sus actuaciones. Los que eran ciegos eran los críticos. Por un genio como Landa merecería la pena ver aquellas ‘malas’ películas, que llamaban alimenticias. Pues bien, lo dicho para Landa sirve para Saza. Es tal la potencia interpretativa de este señor, que su sola presencia en la pantalla es capaz de salvar cualquier obra si esta fuera mala. Mismamente lo que sucede todos los veranos en el Teatro Romano de Mérida con los Sócrates, las Antígonas, las Medeas, las Cleopatras y por ahí seguido. Quítenle ustedes a esas obras los José María Pou, las Ana Belén, las Ángela Molina, las Aitana Sánchez-Gijón, la maestría genética de los Gutiérrez Cava… y verán en qué quedan aquellas luchas entre los hombres y unos dioses que ya están todos muertos. Que le pregunten a Nietzsche si están muertos o no. No sé si las piedras del teatro emeritense tuvieron la suerte de recibir alguna vez a Saza: yo habría dado la otra mano por verle. ¡Viva el cabo santo!   

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